Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Fragmentos de Apocalipsis, de Gonzalo Torrente Ballester


Fragmentos de Apocalipsis
Alianza Editorial
Madrid, 1998

“Fragmentos de Apocalipsis” es la novela de una novela. O, bien, la novela que narra cómo se hace una novela. Pero es más que eso. Es un experimento en el que el autor se introduce en la novela sin dejar de presentarse como el autor e interactúa con sus personajes (lo que, sin decirlo, vienen a hacer todos los novelistas), personajes que, como aclara Torrente Ballester, no son sino palabras. Efectivamente, una novela es un texto. Y un texto no está formado por personajes de carne y hueso sino por palabras. Este aspecto de la obra, suficientemente comentado al principio, es subrayado muy explícitamente en el apéndice final.
El argumento, si es que tiene argumento, de “Fragmentos de Apocalipsis” es tan embrollado que intentar resumirlo constituye una labor ímproba que, por otra parte, no merece la pena. Da igual que en la novela aparezcan un grupo de anarquistas que se ocultan en la catedral con la protección del arzobispo, una profesora soviética que tiene amores con el autor, el Doctor Moriarty escapado de la obra de Conan Doyle, un rey vikingo que se dedica a fabricar muñecas eróticas o Felipe II con muletas insoportablemente aficionado a contar chistes malos. Da igual. Lo mismo se podría haber tratado de la historia de un tomate que está tranquilo en su mata. Lo interesante del texto es que es un metatexto. Interesante, sí, como experimento. Interesante sobre todo para aquellos que se pirran por el fenómeno literario, en su vertiente crítica o creativa. Pero un fracaso, que el mismo autor preconiza, como relato digamos que entretenido o intrigante. “Fragmentos de Apocalipsis” aburre. ¿Para qué vamos a engañarnos? Sorprende, sí, pero aburre hasta a las ovejas.
La razón por la que decidí acabarlo es que, después de leer “La Saga-Fuga de J.B.” me propuse tragarme la trilogía completa, compuesta por aquella, por esta y por esa otra novela última, “La isla de los jacintos cortados”. “Fragmentos…” guarda resonancias de la Saga-Fuga. Castroforte del Baralla allí es Villasanta de la Estrella aquí, ambos pueblos gallegos. En los dos libros el ambiente es surrealista y disparatado y también hay referencias a autores, en este caso muy especialmente a Don Miguel de Unamuno, que también incursionó en experiencias similares aunque más rudimentarias. Si Castroforte del Baralla acaba volando por los aires como un castillo sobre una roca de Magritte, Villasanta de la Estrella termina hecha fosfatina por los tañidos de una campana gigantesca.
Aunque haya por medio conflictos políticos, humor, extraños esoterismos, romances más o menos así o asá, erotismo más bien púdico, fantasía y disparates a más no poder, no aconsejo esta obra a quiénes abordan un libro para pasar un buen rato sino sólo a aquellos interesados, ya lo dije, en las técnicas literarias, en lo raro o lo suficientemente masoquistas, como yo, para embaularse tal ladrillo. Admirable, sí, pero ladrillo.

martes, 19 de agosto de 2014

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami


Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Trad: Lourdes Porta y Junichi Matsuura
Tusquets Editores
Barcelona, 2006

Esta novela, aún manteniendo el mismo lenguaje sencillo y fluido, se aparta de la línea de las otras dos de Murakami que he comentado anteriormente en el blog: Al sur de la frontera, al oeste del sol y Sputnik, mi amor. Mientras que las otras dos podrían encuadrarse, más o menos, dentro de una vertiente realista, en esta el autor incursiona en lo que se puede denominar como Literatura Fantástica. Partiendo de un ambiente y una situación absolutamente normales y cotidianas, el escritor va incorporando paulatinamente acontecimientos y personajes que devienen más y más delirantes conforme avanzamos a lo largo de sus casi setecientas páginas. Tooru Okada ha dejado su trabajo en un despacho de abogados y mientras espera, teóricamente, a encontrar otro empleo que se acerque más a sus expectativas, se dedica a hacer las tareas domésticas mientras su mujer, Kumiko, trabaja en una revista. Un día, desaparece sin dejar rastro el gato que vive desde siempre con la pareja. Tooru recibe llamadas de una extraña mujer que se mantiene en el anonimato (a pesar de que no deja de insistir al hombre que ambos se conocen perfectamente) que van más allá de ser simples insinuaciones eróticas. Una peculiar adolescente irrumpe de manera inopinada en la vida de Tooru dándole un contrapunto de frescura y humor, no exento de misterio, a la vorágine alucinante en la que él está próximo a implicarse y en la que aparecen personajes relacionados, de una u otra forma, con cuestiones esotéricas, una casa sobre la que pesa una terrible maldición, un pozo que resulta ser una especie de pasaje iniciático y acceso a otros mundos… Su esposa, Kumiko, lo ha abandonado y él no renuncia a la idea de conseguir que regrese, propósito que lo acompañará hasta el final. La interrelación efectiva  entre el universo onírico y lo que denominamos realidad es una constante en la novela, así como la existencia de mundos paralelos, en los que habría distintas versiones de Tooru y de Kumiko, por ejemplo, sometidos a diferentes destinos, que nos recuerdan algunas derivaciones heterodoxas que se han deducido a partir de determinados hallazgos de la física cuántica.
Con toda su sencillez textual, las metáforas y símbolos que plantea Murakami en este libro no son siempre de fácil lectura. Y, a veces, aparecen enrevesadas con juegos intertextuales. ¿Qué es, por ejemplo, el pájaro que da cuerda al mundo? Mencionado desde el primer capítulo, y en numerosas ocasiones en el resto de la novela, se le presenta como un simple pájaro, cuyo nombre ignora el protagonista. Pájaro que se mantiene siempre invisible y cuyo canto, un ric-ric similar al ruido que hace un reloj u otra máquina al darle cuerda, sólo pueden oír algunos de los personajes del relato: “Desde una arboleda cercana llegaba el chirrido regular de un pájaro, un ric-ric, como si estuviera dándole cuerda a algún mecanismo. Nosotros hablamos de él como del pájaro-que-da-cuerda. Fue Kumiko quien lo llamó así. No sé cuál es su auténtico nombre. Tampoco sé cómo es. Pero, se llame como se llame, sea como sea, el pájaro-que-da-cuerda viene cada día a la arboleda que hay cerca de casa y le da cuerda a nuestro apacible y pequeño mundo”. Bien. Pero ¿qué simboliza ese pájaro fantástico? Por lo descrito parece aludir a algo relacionado con el tiempo, dimensión tremendamente complicada y distorsionada en la narración. El ruido que emite recuerda al de las urracas. Y a ello parece señalar el autor con el encadenamiento de una serie de textos (en el sentido semiológico de la palabra): La primera parte de la novela se llama “La gazza ladra” y la obertura de esa ópera de Rossini es aludida en diferentes ocasiones. No tiene esto nada de extraño en un autor cuya obra está repleta de referencias musicales. Pero es que “La gazza ladra” significa “La urraca ladrona”. La urraca, en la simbología popular y tradicional, representa la charlatanería y el robo. ¿Quiénes son charlatanes y roban? Asociar con el pájaro que le da cuerda al mundo.  En países orientales, como China, por ejemplo, tiene la urraca, por otro lado, una significación positiva y es símbolo de buena suerte. Es decir, como todos los símbolos tiene una lectura doble, antitética, dependiendo de las circunstancias. Recuérdense los arcanos del tarot. Curiosamente Tooru elige ese nombre, pájaro-que-da-cuerda, para que su amiga adolescente, May Kasahara, a la que Tooru Okada le parece un nombre feo y complicado, se dirija a él. Además, continuando con las interrelaciones textuales, resulta que la obertura de “La gazza ladra” forma parte importante de la banda musical de “La naranja mecánica”, de Stanley Kubrick, basada en la novela de Anthony Burguess del mismo título, “A Clockwork Orange”. Pero también resulta que “orang”, en malayo (Burguess pasó varios años en Malasia) es un antropoide, una especie de orangután. Con lo cual, el escritor habría hecho un juego de palabras para darle al título de su novela un significado que sería algo así como “El antropoide mecánico” o “El antropoide de relojería”, un ser humano que no tendría voluntad propia, que dependería de las circunstancias externas, programado para actuar de determinada forma. El mismo mensaje observamos en esta novela de Murakami. En tal sentido, el siguiente párrafo es revelador: “Pero, fuese una coincidencia o no, la existencia del «pájaro-que-da-cuerda» tenía una importancia fundamental en la historia de Cinnamon. Era el chirrido de aquel pájaro, que sólo oían unas pocas personas especiales, lo que las guiaba hacia una ruina inevitable. Como había pensado siempre el veterinario, el libre albedrío del hombre no existía. Las personas eran como muñecos, a los que se les había dado cuerda por la espalda y puesto encima de la mesa, condenados a seguir un camino que no habían elegido, obligados a avanzar en una dirección. Casi todos los que habían oído el chirrido habían sufrido la ruina y la perdición. Muchos habían muerto. Habían caído por el borde de la mesa”. El fatalismo, sin embargo, no es absoluto. Existe una posibilidad de salvación, de liberación. Y nuestro protagonista Tooru la consigue bajando a un oscuro pozo (el descenso “ad ínferos” presente en todas las iniciaciones) en cuyo fondo está la puerta que conduce a la solución.
Una novela, en fin, que se lee casi de un tirón, gracias al indudable oficio e imaginación de su autor, y a la vez repleta de claves que no sólo enriquecen su lectura sino que la convierten en poliédrica, en una obra de múltiple facetas, susceptible de más de varias lecturas, en un “multiverso” conformado por una serie de universos paralelos similar al que el relato refleja, que no deja de ser, en definitiva, sino el nuestro.

viernes, 8 de agosto de 2014

Sueños olvidados y otros relatos, de Stefan Zweig


Sueños olvidados y otros relatos
Selección y traducción: Genoveva Dieterich
Alba Editorial
Barcelona, 2011

“Sueños olvidados y otros relatos” es una compilación de narraciones del escritor austriaco Stefan Zweig, seleccionadas y traducidas por Genoveva Dieterich. Como resulta que el volumen carece de introducción, prólogo o cualquier clase de explicación, no se puede saber el criterio que Genoveva ha utilizado para elegir estos textos y no otros. Algunos entran en la categoría del cuento, mientras que un par de ellos pueden considerarse novelas cortas. El libro tiene, en total, una extensión de 324 páginas. Lo conforman los siguientes siete títulos: “Sueños olvidados”, “La estrella sobre el bosque”, “Historia en la penumbra”, “Angustia”, “La colección invisible”, “Confusión de los sentimientos” y “Mendel, el de los libros”. Exceptuando el último, todos ellos tienen un ramalazo de misoginia, más sutil en unos casos, menos en otros. Y casi todos, menos “La colección invisible” y otra vez el último, “Mendel el de los libros”, son historias de amor y/o desamor.
“Sueños olvidados”, el primero y más breve de todos estos relatos, trata de una mujer que, entre casarse por amor o por dinero, elige lo segundo.
En “La estrella sobre el bosque” un camarero de hotel ama en silencio a una de las huéspedes, mujer de clase alta que lo ignora, a él y a sus sentimientos. Involuntariamente, la dama acaba convirtiéndose en la causa del suicidio del empleado.
“Historia en la penumbra” de ambiente misterioso y poético, narra la peripecia de un adolescente que, noche tras noche, en las sombras de un jardín, va enamorándose de una mujer que le oculta su identidad y juega con él hasta llegar a ser una obsesión que está a punto de costarle la vida. Este episodio lo convertirá, el resto de su existencia, en un ser introvertido, misógino y solitario.
En “Angustia”, que, como “Confusión de los sentimientos”, puede considerarse una novela corta, la misoginia resalta sobre todos los demás por la forma en la que, tanto el narrador como el marido de la protagonista, la tratan. El primero la presenta como una criatura frívola, estúpida y cobarde. Lo que hace el marido no lo diré porque forma parte de la intriga y constituye una sorpresa para el lector, a quien, naturalmente, no quiero arruinarle la lectura. Sí adelantaré que el final, el final, final, el último párrafo, hará indignarse, por lo machista, a muchas mujeres, especialmente a las que comparten el ideario feminista.
“La colección invisible” es un hermoso relato en una línea muy parecida al último. Un anticuario. Una época de crisis económica. Un coleccionista de valiosos grabados antiguos que se ha quedado ciego. Y dos mujeres que… Pero no puedo decir nada más porque destriparía el cuento.
“Confusión de los sentimientos”: un profesor de literatura enamorado en secreto de un alumno, en un tiempo en el que la homosexualidad constituía un estigma terrible. La esposa del profesor, que no es mala ni buena sino todo lo contrario. Y un final inevitablemente triste, como, sin duda, se consideraría lo correcto en aquel tipo de sociedad del año 1927.
Y, al final, “Mendel, el de los libros”, que nos recuerda vagamente a “Funes el memorioso”, de Borges. La historia de un librero sin librería que ejerce su profesión en la mesa de un bar y que sabe al detalle todos los datos de todos los libros publicados.
La prosa de Stefan Zweig es, como siempre, sencilla, de alta calidad y planteamientos interesantes, tanto en su obra narrativa de ficción, que alcanza a veces notables cotas emocionales, recuérdese “Carta de una desconocida”, como en sus trabajos biográficos. Escritor cuya lectura ha de tenerse en cuenta. Acometerla, sin embargo, requiere desprenderse de prejuicios aunque también sea necesario adoptar una cierta actitud crítica que separe la paja del trigo.

miércoles, 6 de agosto de 2014

El forastero misterioso, de Mark Twain


El forastero misterioso
Trad: H. M. L. Canova
Editorial Fontamara
Barcelona, 1982

A quien haya leído otras obras de Mark Twain, como “Las aventuras de Tom Sawyer”, “Las aventuras de Huckleberry Finn” o “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, por poner tres ejemplos, llenas de su peculiar e inteligente sentido del humor, le costará trabajo reconocer al autor en esta novela que le producirá, cuando menos, una sensación de perplejidad. En la amargura que impregna el relato, amargura que no deja de estar teñida, al cabo, por un único, ¿y pobre?, consuelo: que todo, absolutamente todo, no es sino un sueño soñado por lo único que existe, “la idea” (eso es el yo, esa “idea única”), en esa amargura, digo, no dejaría de influir la muerte de su hija en 1894. Tras el pesimismo que implica la narración y la afirmación de que lo que percibimos como realidad, incluyendo nuestras concepciones de Dios, vida, muerte, etc, no es sino una ilusión ficticia, no pueden sino llegarnos resonancias de Calderón de la Barca, la filosofía de Schopenhauer o el concepto hindú de Maya.
Al parecer, la novela sufrió muchas peripecias editoriales y apareció en diferentes versiones, que el mismo autor consideraba fallidas o incompletas, hasta publicarse, póstumamente, con retoques de su biógrafo Albert Bigelow Paine, que respetó, sin embargo, el espíritu de la obra de Twain.
A finales del siglo dieciséis, tres niños de un pueblo austriaco se topan con un ángel que comienza a obrar prodigios y milagros ante ellos. El ángel, con aspecto de chico de, más o menos, la edad de los niños, y de una gran belleza y magnetismo, se llama Satán. Pero no es el malvado Satán bíblico sino su sobrino, que no ha pecado, como su tío y, por tanto, tampoco está bajo la condenación divina. No obstante, el ángel es un tanto peculiar. Sus intervenciones parecen inmisericordes a los muchachos y él les explica que eso les pasa porque son incapaces de ver la realidad tal como es, porque están prisioneros del “sentido moral”, porque distinguen entre bien y mal, distinción que no existe para los inmortales. El ángel afirma que él no pretende causar el mal a ningún ser humano. Los seres humanos le son, sencillamente, indiferentes y le parecen estúpidos. A veces, los chicos se indignan con tales actitudes y declaraciones. Pero siempre gana la sensación de plenitud y bienestar que les produce la presencia de Satán. Él los va instruyendo sobre la vida y el mundo valiéndose de su inconmensurable poder. No porque los quiera o los aprecie. Sino sencillamente porque le caen bien. Eso les dice. Así van aprendiendo, por ejemplo, a través de la contemplación de guerras, explotación del hombre por el hombre, etc, que los seres humanos, con todo su “sentido moral”, son mucho peores que el resto de las criaturas, animales que ni tienen “sentido moral” ni hacen el mal jamás por el gusto de hacerlo.
Tras una serie de disquisiciones filosóficas de corte, como ya dije, pesimista, el relato culmina y acaba con un párrafo demoledor: “Es cierto esto que te he revelado; no hay Dios, no hay universo, no hay raza humana, no hay vida terrenal, no hay cielo, no hay infierno. Todo es un sueño… Un sueño grotesco y disparatado. Nada existe, salvo tú. Y tú eres solamente una idea… Una idea errática, una idea inútil, una idea sin hogar que vaga, desamparada, por las eternidades vacías!
Se desvaneció y me dejó anonadado, porque sabía, y comprendía, que todo lo que había dicho era cierto”.
Un Mark Twain, por tanto, sorprendente y, a ratos, estremecedor el que encontramos en “El forastero misterioso”. Pero magistral, como siempre. Un libro ante el que no basta asentir o negar sino que incita a la reflexión. Tras una trama sabiamente urdida, una crítica feroz de la sociedad y una visión sombría de la existencia y de la humanidad, nos exige pensar y analizar detenidamente. Una obra fundamental, sin duda, que no es un simple divertimento literario.

martes, 5 de agosto de 2014

Ocaso Rojo, de Francisco Velasco


Ocaso Rojo
Francisco Velasco Rodríguez
Editorial Biblioteca Nueva
Madrid, 1980

“Ocaso Rojo” es, por varias razones, una novela extraña. Debió de pasar prácticamente desapercibida, pues en ese banco de datos inmenso y en el que está casi todo, internet, no encuentro ni una sola reseña crítica. Y menos aún noticia de su autor.
No la hubiese leído de no ser por el espacio en el que se desarrolla: Una Punta Umbría antigua a todas luces reconocible por líneas como la siguiente: “Detrás de las casas de los ingleses está el mar”, además de por alusiones a la Calle Ancha y otros muchos detalles que no dejan lugar a dudas. Incluso se describen lugares que pueden identificarse con la antigua aldea del Portil o con la Casa Rifeño que se ubicaba en La Bota. Es sin embargo, una Punta Umbría distorsionada, en la que se habla de una iglesia y una carretera que no existían en el tiempo (la inmediata preguerra civil) en el que transcurre la acción. Incluso incluye el autor en el lugar una absurda estación de ferrocarril que jamás existió ni existe. Pero, a pesar de que el espacio del relato es Punta Umbría, en alguna ocasión algún que otro personaje se refiere a Punta Umbría, con su nombre, como si fuese otro pueblo diferente. Francisco Velasco ha tomado distintos elementos de la provincia de Huelva, pueblos de la Sierra, del Condado, Punta Umbría, tal vez Bacuta o Corrales y los ha mezclado en un “collage” con el que ha construido el sitio por el que se moverán sus personajes. Aunque los elementos que componen ese espacio suelen estar desfasados con respecto al tiempo elegido: el final del primer lustro de los años treinta del siglo XX.
La estructura narrativa raya lo caótico, quizá queriendo reflejar el caos de aquel momento, idea que forma parte de la tesis expuesta. Pero, a pesar de los constantes saltos de un sitio a otro, de un tiempo a otro, de una escena a otra, la lectura se hace amena y fácil. Algunas faltas de ortografía, que quiero achacar a una edición mal cuidada más que a ignorancia del autor, afean el resultado sin mayor importancia.
Muy buen retrato de los personajes, tanto en la descripción como a través de sus diálogos, estupendamente adaptados a las características de cada uno: relamido el lenguaje del cura, impostadamente semiculto el del cacique del pueblo y su camarilla, zafio y obsceno a veces el de las clases bajas. Aunque esta parte dialogada peque, de vez en cuando, de reiterativa.
Estos personajes son tratados implacablemente. No se puede decir que exista en la novela casi ninguno que se salve. O son ridículos o son malvados y crueles. Exceptuando la inocencia, representada por los niños y por algunos animales, apenas nadie obtiene la piedad del autor. Bajo su punto de vista, la época que precedió a la Guerra Civil Española de 1936 fue una época terrible, en la que los señoritos de derechas y sus adláteres, clero y demás, eran unos canallas y la masa popular estaba constituida por salvajes aún más incultos que sus amos. La animadversión de unos hacia otros va creciendo conforme avanza la narración, simbolizando el proceso que desembocaría en el conflicto armado.
Más matices habría que añadir a lo ya dicho, pero me excedería de lo que quiere ser, como siempre, una simple nota de lectura.
El libro, sin ser una obra maestra, es recomendable para aquellos interesados en la Historia de España en los años treinta o en el espacio en el que se ubica el relato. Al menos, debería apelar a su curiosidad.
No es fácil, sin embargo, conseguirlo, excepto en librerías de viejo o en sitios de internet como Amazón o E-bay.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El extranjero, de Albert Camus


El extranjero
Trad: José Ángel Valente
Alianza Editorial
Madrid, 2001

Esta novela, la más famosa del Premio Nobel Albert Camus junto a “La peste”, expone el existencialismo pesimista del que es reflejo la obra del autor. El relato se divide en dos partes. La primera está dedicada prácticamente a describir y analizar al protagonista narrador, Meursault, y sus relaciones con el mundo y con los otros. A lo largo de las páginas vamos contemplando a un hombre que no sabemos si calificar como depresivo, falto de empatía, tal vez con rasgos psicopáticos, alexitímico o simplemente lúcido a su manera. Ante la muerte de su madre su reacción es, a todas luces, fría, al menos aparentemente. Inicia una relación con una chica, Marie, que quiere casarse con él, a la que responde, en tono indiferente, que sí, que si ella lo desea se casan, pero que él no la quiere. Entabla amistad con un desaprensivo, Raymond, maltratador de mujeres, ayudándolo incluso a escribir una carta para que este se vengue de su pareja. Pero todo parece hacerlo en medio de una ausencia total de emociones, de sentimientos. Todo parece darle igual. Este primer tramo culmina con el asesinato de un árabe llevado a cabo por Meursault. Camus, con su habilidad narrativa, se cuida mucho de adoptar una posición maniquea. ¿Es Meursault malo? ¿O sencillamente un ser humano víctima del fatalismo y de un mundo absurdo? Poco antes de cometer el crimen, el protagonista va caminando por una playa argelina, el sudor empapa su rostro, está aturdido, el árabe al que mata ha sacado un cuchillo y lo amenaza. ¿Se trata de un caso de defensa propia? No queda claro.
La segunda parte se dedica al encarcelamiento, juicio, sentencia (que resulta ser pena de muerte)  y espera del protagonista a la respuesta de su petición de indulto. El juicio, magistralmente narrado, simula visos de una seriedad que solapa una absoluta pantomima, caricatura y crítica de la aplicación de la ley y la justicia. Por poner un ejemplo, el fiscal basa gran parte de la acusación en el hecho, fundado en las apariencias, de que Meursault no ha sentido la muerte de su madre porque no ha llorado durante el sepelio y se tomó un café con leche y fumó en el velatorio. No podemos evitar percibir resonancias kafkianas en este episodio del proceso.
En el último capítulo del libro, el protagonista se sume en una espiral de reflexiones encontradas, esperanzas, miedos, búsqueda de sentido a lo que ocurre, que conforman un pequeño compendio de la problemática existencialista y que culmina en un ataque de ira del ateo Meursault contra el cura que va a su celda a darle consuelo espiritual. Todo un alarde de rabia contra una vida absurda. Tras esa tormenta, y para acabar el relato, el personaje se sume en una, al menos aparente, calma y en la aceptación. Con un pequeño contrapunto estremecedor en el párrafo final: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”.
Si bien la maestría narrativa demostrada por Albert Camus en esta novela queda fuera de toda duda, el juicio de las ideas vertidas en ella dependerá mucho de las creencias del lector y de su postura ante la existencia.
En cuanto al título, “El extranjero”, es obvio que hace alusión a la condición del protagonista y, por extensión, del ser humano en un mundo que no parece ser el suyo.  

domingo, 18 de mayo de 2014

Sputnik, mi amor, de Haruki Murakami


Sputnik, mi amor
Trad: Lourdes Porta y Junichi Matsuura
Tusquets Editores
Barcelona, 2008

Sumire, una chica que, por una caprichosa asociación de ideas, me recuerda a Alejandra Pizarnik. Su amigo, el narrador, cuyo nombre ignoramos (en algún texto interpolado de Sumire, esta le llama K., aunque no queda meridianamente claro si se refiere a él o no). Y Myû, mujer madura, hermosa, rica y enigmática, que irrumpe en la vida de Sumire para cambiarla para siempre y, de rebote, también en la de su amigo, el personaje narrador. Estos son los personajes centrales.
Las primeras páginas de la novela se centran en un retrato minucioso de Sumire, una muchacha fuera de los parámetros convencionales, lectora voraz cuyo objetivo vital casi único es convertirse en una gran escritora. Se narra su historia hasta el momento en el que se sitúa la acción, su tipo de relaciones, su indiferencia por el sexo, que desembocará en el descubrimiento de sus tendencias lésbicas, su intencionadamente desastrada forma de vestir, su rechazo de la forma de vida burguesa. En uno de los capítulos, el personaje narrador, amigo y enamorado sin esperanzas de Sumire, se detiene para describirse a sí mismo.
Pronto aparece en el relato Myû, que conoce a Sumire casualmente en una celebración familiar y revoluciona la vida de la chica, imprimiéndole un cambio radical. Sumire, a petición de Myû, comienza a trabajar con ella como una especie de secretaria. Deja de escribir, cambia su atuendo por otro que realce sus encantos, deja el desastroso apartamento en el que vive y se muda a otro más a tono con su nueva situación, viaja…
Una de las cosas que contribuyen a la afinidad entre ambas mujeres es la pasión de las dos por la música. Música que se hace presente en otras obras de Murakami, con alusión, siempre, a compositores y piezas concretas en los que el autor se recrea.
En un determinado momento de la narración, Murakami introduce el suspense, ese gancho destinado a agarrar al lector hasta el final del libro. No me parece ilegítimo que un novelista lo use. Pero sí creo que debe quedar debidamente justificado. Y en este caso, creo que no es así. Veamos. Gira en torno a dos acontecimientos. El primero es el motivo por el que Myû no puede mantener relaciones íntimas. Le sucede desde “aquello” que pasó. Lo que pasó queda en el más absoluto misterio casi hasta el final. Y la explicación es floja, difícilmente creíble. El segundo, aún más intrigante, es la misteriosa desaparición de Sumire en una isla griega. Esta desaparición, cuya clave aguarda ansioso el lector, queda sin resolver. Sólo al final, en las tres últimas páginas, una llamada telefónica que recibe el personaje narrador nos informa de que Sumire sigue viva. ¿Realmente sigue viva?, ¿es una impostora la que llama?, ¿se trata de un episodio alucinatorio del que relata? (teniendo en cuenta que otros episodios tienen todas las trazas de tratarse de alucinaciones).Y, suponiendo que sea cierto que está viva, ¿dónde está?, ¿qué le ha ocurrido realmente?, ¿cuáles han sido sus experiencias en todo ese tiempo? Todo eso queda en el aire. Murakami ofrece un final abierto o bien (da más impresión de esto) no sabe cómo resolver el desenlace.
Algunos otros fallos menores se “cuelan” a lo largo del texto. Por ejemplo, en la página 144 se dice: “Era poco probable que se hubiera llevado el disquete consigo. El pijama no tenía bolsillos”. Quien dice esto es el personaje narrador. Él no puede saber si el pijama tenía bolsillos o no, puesto que en ningún momento, ni Sumire en las cartas que le dirige ni Myû cuando hace alusión a esta, hacen una descripción de la prenda que incluya ese detalle. Sólo en una historia contada por un narrador omnisciente se permitiría esto. Y no es el caso. O bien, en la página 238, dónde se describe así el momento de un amanecer: “El cielo se vuelve blanco, las nubes corren, los pájaros cantan, se levanta un nuevo día para apropiarse de las conciencias de todos los que habitan este planeta”. Eso “no puede ser y además es imposible”, como diría el Guerra, puesto que cuando en Grecia es de día, en América, por ejemplo, es de noche. Cierto que puede atribuirse a una forma de hablar ligera y poco reflexiva por parte del personaje-narrador, aunque impropia, ¿o no?, de un profesor. Él es profesor.  Siendo benévolos, podemos considerarlo una licencia literaria.
De todas formas, y a pesar de estos defectos, es innegable el oficio de Murakami y la lectura de “Sputnik, mi amor” puede considerarse aconsejable. Yo, por mi parte, continuaré leyendo su obra.



viernes, 16 de mayo de 2014

El Surrealismo: puntos de vista y manifestaciones, de André Breton


El Surrealismo: puntos de vista y manifestaciones
Trad: Jordi Marfà
Barral Editores
Barcelona, 1972

Del surrealismo, como del romanticismo, suele guardar el imaginario colectivo una idea deformada cuando no falsa. “¡Esto es surrealista!”, suele exclamarse cuando se ve algo desprovisto del llamado “sentido común”. Y no es eso, no.
Para introducirse en el conocimiento del surrealismo, ese movimiento artístico, literario y vital que tanto influyó y sigue influyendo en nuestros tiempos, es necesario, por supuesto, leer los dos manifiestos firmados por su fundador, además de recorrer al menos parte de la obra creativa que dejaron los adeptos a esta estética y filosofía existencial, y hay a nuestra disposición una extensa bibliografía. Este libro que hoy comento, compilación de entrevistas realizadas a André Breton entre 1913 y 1952, tiene, entre otras virtudes, la de guiarnos por toda la historia del surrealismo de la mano de su iniciador.

Nos llevará desde los primeros experimentos de escritura automática, de experiencia onírica inducida en estado de vigilia o de sus relaciones con los médiums y con el espiritismo, que los surrealistas siempre rechazaron en cuanto a sus ideas sustanciales y sus objetivos, hasta los intentos frustrados de Breton y sus compañeros de integrarse en la batalla llevada a cabo contra el sistema burgués por los comunistas rusos. En esta obra de sólo 309 páginas se nos explican los motivos que impidieron la confluencia de ambas fuerzas, así como la relación de André con Troksky, la ruptura con Dalí o los sucesivos problemas con Louis Aragon. Todo esto siempre, claro, desde el punto de vista de Breton, que fue acusado por bastantes de sus compañeros de camino hasta de ser un déspota que ponía y quitaba a su antojo y anatematizaba cuando le daba la gana en función de la “moral surrealista”, extremo este que también se toca en las interviús y que será negado o justificado, de forma más o menos convincente, por el líder. A veces, nos da la impresión de percibir entrelineas un ego ligeramente inflado, un personalismo que él es el primero en atacar por ir en contra de uno de los principios de la ética superrealista expresada en frase de uno de sus modelos, el Conde de Lautrémaunt: “La poesía debe ser hecha por todos…”.

domingo, 11 de mayo de 2014

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrère


Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos
Philip K. Dick 1928 – 1982
Trad: Marcelo Tombetta
Ediciones Minotauro
Barcelona, 2002

Esta biografía, más que por su autor atraerá la atención del lector y tiene interés por el biografiado, Philip K. Dick, autor, entre otras novelas de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la obra que dio origen a la película “Blade Runner”, de Ridley Scott. La vida de este escritor de ciencia ficción es un continuo desfile de delirios paranoides que el biógrafo no tiene empacho en subrayar como tales, aunque no deje de hacer algunos guiños que van en la dirección de la siguiente pregunta: ¿se trata realmente de paranoia o estamos ante un visionario? O bien: ¿hay diferencia entre ambas cosas? Lo cierto es que Philip K. Dick deja sobre el tapete en su obra planteamientos muy inquietantes. En la novela a la que he aludido unas líneas más arriba, la que fue llevada al cine con el nombre de “Blade Runner”, por ejemplo, la pregunta, muy directa, atañe a la naturaleza del ser humano: ¿es sólo una máquina que una vez que deja de funcionar se entierra o se quema? ¿o hay algo más que trasciende el cuerpo físico, eso a lo que se suele llamar alma? ¿en que se distingue un ser humano de un robot biónico de tal perfección que lleva incorporado un programa que le permite, además de pensar y poseer una conciencia autónoma, tener recuerdos y emociones? Se trata de un problema filosófico y existencial nada baladí y muy antiguo que  pensadores y científicos suelen despachar con argumentos bioquímicos. Si ellos llevan razón, no hay diferencia ninguna entre ese hipotético robot que, seguro, los técnicos conseguirán construir y un ser humano.
A lo largo de su vida, Dick (lleno, por otra parte, de complejos y problemas de todo tipo) va pariendo y volcando en sus libros toda una serie de ideas que, finalmente, inducen la de que vivimos en una especie de Matrix, en una realidad ficticia inventada y diseñada por no se sabe quién, que oculta la verdadera realidad. Es muy posible que los autores de la saga Matrix se inspirasen en la obra de Dick para hacer sus películas. En cuanto a esa ocurrencia, que constituye una de las conclusiones del ideario (si podemos llamarlo así) del escritor, no deja de trasladarnos inmediatamente al concepto hindú de Maya (ilusión) o al fondo de la alegoría planteada por Calderón en “La vida es sueño”. Por cierto, en determinados trayectos de su vida, sobre todo en sus últimos años, Philip K. Dick se empapará de diversas lecturas esotéricas, incluyendo textos gnósticos, en busca de un fundamento para sus ideas y experiencias. Las anotaciones derivadas de tal inmersión dará lugar a un corpus (ilegible, al decir de Carrère) de cerca de 8.000 páginas a pesar de inacabado, al que su autor llamó Exégesis.
No se puede negar lucidez, incluso sentido de anticipación, implícitos en su obra. La base que puede dar verosimilitud a  sus “enloquecidas” ideas (tal como la existencia de mundos o universos paralelos en los que un mismo ser humano podría estar llevando diferentes existencias ad infinitum) parece estar empezando a tomar forma con los últimos descubrimientos de la Física Cuántica, al menos a un nivel subatómico. ¿Y qué diferencia, me pregunto, tendría que haber entre un nivel subatómico y el macroscópico? ¿Qué diferencia hay en cuanto a comportamiento entre una partícula de ladrillo, el ladrillo y la casa?
Contemplada, sin embargo, desde el punto de vista del más elemental “sentido común”, la vida de Philip K. Dick es la aventura de un orate de libro. Sus aseveraciones serían calificadas como clarísimos delirios paranoicos hasta por el más ignorante en materia psiquiátrica. Pero, dándole la vuelta a la tortilla, él (en sus relatos y en sus convicciones vitales) viene a decir: ¿Y si el mundo real fuese el visto en el delirio paranoico y el visto por los “normales” fuese mentira, un engaño? Tal postura llevará, sin duda, a cualquier persona “sensata” (mi entrecomillado sólo intenta indicar mi convicción de que la sensatez es tan relativa como la locura –ya se sabe el dicho popular: “De poetas y de locos / todos tenemos un poco”), tal postura llevará, digo, en el mejor de los casos a un compasivo y expresivo movimiento de cabeza de significado obvio. Sin embargo, ahí están, sobre el tablero, las disparatadas teorías/experiencias de este escritor americano que, por lo que cuenta Carrère en su biografía, debió de ser intratable en muchas de sus facetas personales; ahí están, insisto, y ahí está también la ciencia que, en sus últimos tiempos, parece empeñada en darle la razón, si no al pie de la letra, sí en lo sustancial.
En el peor supuesto, no olvidemos que grandes genios del arte y la literatura (Van Gogh, Strindberg) vivieron bajo el estigma de la locura.
En última instancia, se trata de un libro de aconsejable lectura, tanto para los aficionados al género de la ciencia ficción como para los interesados simplemente en la naturaleza y la peripecia humana.

miércoles, 30 de abril de 2014

Huelva, Guía para Visionarios, del Capitán de las Dunas


Huelva, Guía para Visionarios
Capitán de las Dunas
Edita: Diputación Provincial de Huelva
Huelva, 1996

Leí este libro hace más de una década, cuando fue publicado por primera vez. Perdí el ejemplar que tenía y hace poco cayó en mis manos casualmente otro. Se trata de una de esas raras joyas que la literatura produce muy de vez en cuando. En él, a lo largo de dieciocho relatos, plenos de un alto y misterioso sentido poético, su autor, El Capitán de  las Dunas (seudónimo de Francisco Pérez Gómez) nos conduce por una Huelva insólita, por unos restos arqueológicos de mayor o menor antigüedad que no dejarán indiferentes sino que fascinarán a aquellos que, con ayuda de esta heterodoxa guía, sepan llegar a los verdaderos espacios en los que se ubican. Un mundo de magia y maravilla se abrirá ante sus ojos y una Huelva inédita que nunca hubieran podido suponer se les mostrará como si un prestidigitador tirase de una manta vulgar para mostrar debajo enigmas que parecen pertenecer al mundo de lo imposible o como si un taumaturgo, entre fórmulas cabalísticas, convirtiese, con un golpe de su varita mágica, la Huelva actual, habitual y monótona, en otra inusual y sorprendente, plena, insisto, de misterio. Y a esa sensación que los textos suscitan en el lector llega el Capitán de las Dunas a través del maridaje entre lo que cuenta y cómo lo cuenta. Estos mismos temas no llegarían a cumplir su objetivo sin el dominio de la alquimia del lenguaje en el que se encarnan. No puedo sino recomendar encarecidamente su lectura. Y, aunque esta es un poco difícil ahora, puesto que la obra está agotada hace ya tiempo (tendría que conseguirse en bibliotecas o librerías de viejo), ha llegado a mis oídos que hay prevista una muy próxima reedición. Habrá que estar atento. Mientras tanto, para aquellos a los que les apetezca una degustación previa, pongo un link a una página que, con permiso del autor, reprodujo tres de los textos incluidos en “Huelva, Guía para Visionarios”: http://www.elfantasmadelaglorieta.es/fantasmasegundafase/fantasmaglorieta/pagina_nueva_7.htm

sábado, 18 de enero de 2014

La cruzada de los niños, de Marcel Schwob


La cruzada de los niños
Trad: Rafael Cabrera
Tusquets Editores
Barcelona, 1984

No recuerdo cuántas veces he leído este librito (y el diminutivo se refiere sólo a su número de páginas, porque hablo de una magnífica obra). Muchas. Y en diferentes versiones y traducciones. Sin duda, la mejor es la que leí la primera vez, la traducción de Rafael Cabrera con prólogo de Jorge Luis Borges, publicada en 1971 por Tusquets. Esta que comento, de 1984, es la segunda edición, pero se trata del mismo texto. Lo único diferente es la portada. En 2012, Luis Alberto de Cuenca sacó al mercado una traducción suya en la Editorial Reino de Cordelia, nueva versión esta a la que no le encuentro sentido porque, a mi modo de ver, se limita a cambiar algunas palabras por sus sinónimos. Innecesariamente y, a veces, sin demasiado acierto. En primer lugar porque el texto de Rafael Cabrera ya es perfectamente pulcro y fiel al original; y su musicalidad, que a veces estropea L. A. de Cuenca con sus correcciones (pues no son otra cosa), es maravillosa. En segundo lugar, porque los sinónimos que elige el escritor español no son siempre todo lo acertados que debieran. Por ejemplo, mientras que Cabrera traduce “sauterelles” como “langostas” en el capítulo del goliardo al referirse a los insectos de los que se alimentaba San Juan en el desierto, Luis Alberto de Cuenca lo traduce como “saltamontes”. ¿Pensó el poeta que el lector es tan rematadamente tonto como para confundir la “langosta”, crustáceo que se come con mayonesa, con la “langosta” insecto? “Saltamontes” y “langosta” no son lo mismo. Son parecidos pero no lo mismo. Y La Biblia dice claramente que San Juan se alimentaba de langostas y miel silvestre. A no ser que Cuenca lo haya puesto así porque el texto francés, tras decir “…que Saint Jean se nourrisait de sauterelles dans le désert” (que San Juan se alimentaba de langostas en el desierto), añade “Il faudrait en manger beacoup” (Tendría que comer muchas). Como el Larousse traduce el “sauterelle” grande como “langosta” y el “sauterelle” petite como “saltamontes” pues Cuenca habrá decidido que para que San Juan tuviera que comer muchas para que su dieta fuese suficiente tendrían que ser saltamontes. Pero tampoco vale. Porque, dejando al margen el argumento bíblico, los saltamontes del desierto son las langostas. Y para el saltamontes pequeño hay otra palabra más específica en francés: “criquet”. Tras solicitar disculpas por este inciso que he considerado necesario para argumentar mínimamente mi opinión sobre la gratuidad de esta nueva traducción de Luis Alberto de Cuenca, he de aclarar que este me parece uno de los mejores poetas actuales de habla hispana, sin duda alguna. Y que, a pesar del prólogo inútil de su edición, en el que se limita a poco más que hacer alarde de las valiosas ediciones de “La croisade des enfants” que posee en su “numerosa” biblioteca, esta de la Editorial Reino de Cordelia merece muchísimo la pena por las estupendas ilustraciones de Jean-Gabriel Daragnès y su exquisito diseño y maquetación, a cargo de Jesús Egido. Sin embargo, insisto, el texto nada nuevo, excepto la traducción de dos o tres cosas en latín, aporta a la vieja versión del hoy día prácticamente olvidado Rafael Cabrera.
Toda recomendación de la lectura de “La cruzada de los niños” de Marcel Schwob es poca. Se trata no sólo de la obra maestra del escritor francés sino de uno de los mejores textos de la literatura universal. Al referirme a Schwob no sé si nombrarlo narrador o poeta. Porque, si bien sus libros de relatos muy breves son pequeñas joyas de la narrativa (su inolvidable “Libro de Monelle”, “Vidas Imaginarias” y, también, por supuesto, “La cruzada de los niños”) son poesía, asimismo, en el más estricto sentido del término; sobre todo, este que comento. Por su musicalidad, por su valor simbólico, por su poder de evocación y de conmoción emocional. Hay párrafos que, en su sencillez formal, envuelven una intensidad emotiva única. Véase este en el que un leproso, resentido con la vida y con Dios por el destino que sufre, quiere vengarse chupando, como vampiro, la sangre de uno de los niños que marchan a la cruzada:
“Soy solitario y tengo horror. Sólo mis dientes han conservado su blancura natural. Los animales se asustan, y mi alma quisiera huir. El día se aparta de mí. Hace mil doscientos doce años que su Salvador los salvó, y no ha tenido piedad de mí. No fui tocado con la sangrienta lanza que lo atravesó. Tal vez la sangre del Señor de los otros me habría curado. Sueño a menudo con la sangre; podría morder con mis dientes; son blancos. Puesto que Él no ha querido dármelo, tengo avidez de tomar lo que le pertenece. He aquí por qué aceché a los niños que descendían del país de Vendome hacia esta selva del Loira. Tenían cruces y estaban sometidos a Él. Sus cuerpos eran Su cuerpo y Él no me ha hecho parte de su cuerpo. Me rodea en la tierra una condenación pálida. Aceché, para chupar en el cuello de uno de sus hijos, sangre inocente. Et caro nova fiet in die irae. El día del terror será mi nueva carne. Y tras de los otros caminaba un niño fresco de cabellos rojos. Lo vi; salté de improviso; le tomé la boca con mis manos espantosas. Sólo estaba vestido con una camisa ruda; tenía desnudos los pies y sus ojos permanecieron plácidos. Me contempló sin asombro. Entonces, sabiendo que no gritaría, tuve el deseo de escuchar todavía una voz humana y quité mis manos de su boca, y él no se la enjugó. Y sus ojos estaban en otra parte.
-¿Quién eres?, le dije.
-Johannes el Teutón, respondió. Y sus palabras eran límpidas y saludables.
-¿Adonde vas?, repliqué. Y él respondió:
-A Jerusalén, para conquistar la Tierra Santa.
Entonces me puse a reír, y le pregunté:
-¿Quién es tu Señor? Y él me dijo:
-No lo sé; es blanco.
Y esta palabra me llenó de furor, y abrí la boca bajo mi capuchón, y me incliné hacia su cuello fresco, y no retrocedió, y yo le dije:
-¿Por qué no tienes miedo de mí? Y él dijo:
-¿Por qué habría de tener miedo de ti, hombre blanco?
Entonces me inundaron grandes lágrimas, y me tendí en el suelo, y besé la tierra con mis labios terribles, y grité:
-¡Porque soy leproso! Y el niño teutón me contempló, y dijo límpidamente:
-No lo sé.
¡No tuvo miedo de mí! ¡No tuvo miedo de mí! Mi monstruosa blancura es semejante para él a la del Señor. Y tomé un puñado de hierba y enjugué su boca y sus manos. Y le dije.
-Ve en paz hacia tu Señor blanco, y dile que me ha olvidado”.
El librito se basa en un episodio medieval mal documentado que se sitúa en el año 1212. Miles de niños, diciendo haber oído voces que los impulsan a ello, marchan a Tierra Santa confiados en que la conquistarán pacíficamente, con la sola fuerza de su fe y pureza de corazón. En las distintas versiones históricas se mezclan la ficción y la realidad. Algunas narran consecuencias desastrosas para los infantes que supuestamente formaron parte de la cruzada. Real o no, en ella se han inspirado muchos escritores para sus obras literarias. “El flautista de Hamelin”, fábula aludida en esta narración de Schwob y recogida por los hermanos Grimm, está posiblemente basado en aquellos hechos; también una novela de Peter Berling con el mismo título.
Marcel Schwob plantea el relato eligiendo como narradores a diferentes personajes de los que lo integran y cambiando así a cada capítulo el punto de vista, el enfoque. Es como si, en cine, la cámara fuese rotando, adoptando distintos ángulos y posiciones. La voz va pasando del goliardo al leproso al Papa Inocencio III a los tres pequeñuelos a Francisco Longuejoue, clérigo, al musulmán Kalandar a la pequeña Allys al Papa Gregorio IX. Distintas voces de distintos estratos sociales, desde los marginados, apestados y preteridos hasta los que detentan el más alto poder, que nos van acompañando a lo largo del peregrinaje de los niños por una Edad Media en la que la belleza de los prados y las landas cuajados de flores malvas y rojas, la inocencia y la pureza resplandecen sobre las sombras, una Edad Media en la que la poesía vence a la realidad sórdida. “¡Oh! qué bellas son las cosas de la tierra. No nos acordamos de nada, porque nada aprendimos nunca. Sin embargo, hemos visto árboles viejos y rocas rojas. Algunas veces atravesamos por largas tinieblas. Otras, caminamos hasta la noche por claras praderas. Hemos gritado el nombre de Jesús al oído de Nicolás, y él lo conoce bien. Pero no sabe pronunciarlo. Se regocija con nosotros de lo que vemos. Porque sus labios pueden abrirse para la alegría, y nos acaricia la espalda. Y de este modo no son desgraciados: porque Allys vela por Eustaquio y nosotros, Alain y Dionisio, velamos por Nicolás.
Se nos dijo que encontraríamos en los bosques ogros y hechiceros. Estas son mentiras. Nadie nos ha espantado; nadie nos ha hecho daño. Los solitarios y los enfermos vienen a vernos, y las ancianas encienden luces para nosotros en las cabañas. Tocan por nosotros las campanas de las iglesias. Los campanarios se empinan desde los surcos para espiarnos. También nos miran los animales y no huyen. Y desde que caminamos, el sol se ha tornado más caliente, y no recogemos ya las mismas flores. Pero todos los tallos se pueden tejer en las mismas formas, y nuestras cruces son siempre frescas. De este modo tenemos grandes esperanzas, y pronto veremos el mar azul”. La leyenda deviene drama silencioso sin morbosidades en las palabras de Gregorio IX: “¡Oh mar Mediterráneo! ¿Quién te perdonará? Eres tristemente culpable. A ti es al que acuso, a ti sólo, falsamente límpido y claro, mal espejo del cielo; te emplazo para ante el trono del Altísimo, del que dependen todas las cosas creadas. Mar consagrado, ¿qué has hecho de nuestros niños? Levanta hacia El tus dedos trémulos de burbujas; agita tu innumerable risa purpúrea; haz hablar a tu murmurio, y dale cuenta a El”. Y ante esa tragedia ya consumada, ¿qué puede hacer ese papa, qué el autor, sino sublimarla elevando un altar de poesía a la inocencia asesinada?: “¿Qué haré sobre la tierra? Habrá un monumento expiatorio, un monumento para la fe ignorante. Las edades que vengan deben conocer nuestra piedad, y no desesperar. Dios condujo hacia El a los niños cruzados, por el santo pecado del mar; los inocentes fueron asesinados; los cuerpos de los inocentes tendrán un asilo. Siete naves se hundieron en el arrecife de Reclus; yo construiré en esta isla una iglesia de los Nuevos Inocentes y estableceré doce prebendados. Y tú me devolverás los cuerpos de mis niños, mar inocente y consagrado; los depositarás en las playas de la isla; y los prebendados los colocarán en las criptas del templo; y encenderán, encima, eternas lámparas donde arderán óleos santos, y mostrarán a los viajeros piadosos todos estos huesecillos blancos esparcidos en la noche”.
Leer este libro con visión crítica y científica de historiador no servirá de nada, pues en seguida se argüirá que las Cruzadas no tuvieron otro objetivo que el económico (lo cual es cierto en determinado sentido) y que este episodio, si es que sucedió tal cual, no fue más que una tragedia acaecida por mor de la ignorancia propia de aquella época considerada oscura por el hombre actual. A este relato hay que verlo con los ojos del poeta, con los ojos del niño, con los de la sensibilidad cordial y no con los de la razón analítica.
Obra, en fin, esta de Marcel Schwob, completamente imprescindible, al menos para los amantes de la poesía y la belleza.
Para acabar el post, probablemente el más largo de todos los que integran el blog hasta ahora y paradójicamente el dedicado al libro más corto, pongo a continuación, excepcionalmente (es algo que no he hecho nunca porque este es un blog dedicado a los libros impresos en papel), dos links. Uno conduce al texto íntegro del libro que he comentado aquí y que publiqué hace ya tiempo en la revista “El fantasma de la Glorieta”. Ahí se puede leer en línea. El otro conduce a otra página en la que se puede leer, también on line, el original en francés:



En cualquier caso, recomiendo adquirirlo en papel, ya sea en la edición de Luis Alberto de Cuenca, publicada por Reino de Cordelia, ya en esta que he reseñado, traducida por Rafael Cabrera y publicada por Tusquets en su colección “Cuadernos Marginales”. Lo merece.

viernes, 17 de enero de 2014

Las fuerzas del mal, de A.J. Cronin


Las Fuerzas del Mal
Ediciones Selectas
Buenos Aires, 1959

La traducción del título de la novela de Archibald Joseph Cronin que comento hoy no es la que figura aquí. Los responsables de esta edición, con bastantes errores de otra naturaleza que el lector puede subsanar sin que eso deje de causarle un considerable malestar estético, tendrían la ocurrencia de bautizarla de esa forma con toda seguridad basándose en el contenido y posiblemente por parecerles más comercial que la transliteración de su verdadero nombre, “The Northern Light”, que podría ser “La Luz del Norte”. No me parece una licencia aceptable, si bien en el cine ha sido usada y abusada desde siempre, pues sería lo mismo que si en Inglaterra les diese por publicar “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” bajo el título de “The Mad Knight”.
No he encontrado, no obstante, ninguna otra edición traducida. Al menos, desde los años setenta para acá. En el ISBN no figura. Supongo que debe de estar en las “Obras Completas”. Y, tal vez, con el título original en español.
“Las Fuerzas del Mal” o “La Luz del Norte”, nombre este último también del periódico cuyo propietario y director es el protagonista del relato, Henry Page, narra su lucha, para conservar la vida  y la integridad de su diario, contra otros rotativos poderosos que intentan apropiárselo o destruirlo por motivos puramente comerciales y con métodos tramposos y deshonestos que consiguen desencadenar una tragedia final.
A.J. Cronin desarrolla la historia, con un texto ameno y fácil de leer como acostumbra, en una pequeña ciudad provinciana británica. Época: los años cincuenta del siglo veinte, en un momento en el que Inglaterra está aún muy debilitada por la segunda guerra mundial. En este ambiente de crisis económica, en el que suelen destacar la rapacidad y la ambición financiera, le llega un día a Henry Page una oferta de Somerville, dueño de “La Gaceta” y de algunas otras importantes publicaciones más de tirada nacional, para comprarle “La Luz del Norte”. Page se queda perplejo ante la propuesta. ¿Para qué querrá un potentado como Somerville un pequeño periódico provinciano? La respuesta a esta pregunta la sabemos pronto. Pero Henry se niega a vender. Ese rotativo es una institución en su ciudad, ha pertenecido a su familia durante muchas generaciones y, aunque sobrevive sólo decorosamente y da estrictamente para vivir a sus empleados y a él, el periodismo es su vida y, sobre todo, se enorgullece de la línea editorial de “La Luz…”, concebido como servicio público de información y ajeno a todo oportunismo y amarillismo, tendencias estas últimas muy alejadas de la ética del protagonista, que predominan en otras publicaciones, como “La Gaceta”, con objetivos puramente comerciales.
A partir del rechazo de la oferta por parte de Page, dos enviados de Somerville inician una guerra contra “La Luz del Norte”, inaugurando un nuevo periódico en la ciudad, el “Chronicle”, y utilizando toda serie de tretas que van mucho más allá de la mercadotecnia para invadir la esfera personal y privada de Henry Page hasta extremos dramáticos.
Paralela a la línea argumental principal discurre la historia profundamente humana de David, hijo de Henry, y de su esposa Cora, historia paralela destinada a colisionar finalmente con la trama central en un desenlace trágico, como ya he dicho.
El magnífico dibujo que el autor traza de los distintos personajes colabora no poco a introducirnos en la atmósfera del relato. Todos ellos están muy bien definidos, a través de breves descripciones, de sus diálogos y de sus actos. En algunos, como Leonard Nye, la caricatura, la exageración de los rasgos, es llevada al extremo para mostrarnos su natural innoble, que el narrador se explica, aunque no justifica, al contarnos la vida de aquel.
Muy buena novela. Recomendable. Sí. Pero, como apunto arriba, no existen ediciones recientes; por lo que quien quiera leerla ha de recurrir a las siempre fascinantes librerías de viejo, a una biblioteca pública o a alguna versión digitalizada en internet. Yo no la he encontrado tampoco ahí.