Benzulul
Fondo de Cultura Económica
México, D.F. 1997
“Benzulul” es el primer libro, tomo de
cuentos publicado en 1959, del escritor mexicano Eraclio Zepeda. Con regustos
del mejor Juan Rulfo, muy en la línea del llamado realismo mágico, tipo de
discurso que el autor construye con la materia prima del habla castellana indígena encauzada
en el artificio literario y con otros elementos propios de estas culturas entre
los que tienen un especial relieve creencias que el hombre moderno calificaría
como supersticiones: “Podría
haberse quedado ciego de pronto (por una brujería de la nana Porfiria, o por un
mal aire, o por el vuelo maligno de una mariposa negra)”, “La nana dice que uno
es como los duraznos. Tenemos semilla en el centro. Es bueno cuidar la semilla.
Por eso tenemos cotón y carne y huesos. Pa cuidar la semilla. "Pero lo más
mejor pa cuidarla es el nombre", dice. Eso es lo más mejor. El nombre da
juerza. Si tenés un nombre galán.. galana es la semilla. Si tenés nombre
cualquier cosa.. tás fregado. Y eso es lo que más me amuela. Benzulul no sirve
pa guardar semilla”, “Calláte vos, burro. Ingeñero pendejo. Ese no es el que
decís. Ese que sopla es el Sur; ¡cómo no lo voy a saber! Es el Sur que nace en
el boca del culebra madre. Esa que está por el rumbo de Santa Fe, echada sobre
la montaña. Ese que toma viento desde tierra caliente, desde Cinco Cerros,
desde Tonalá, desde el mar; desde allá es que lo mete en su cola y lo viene a
sacar por el boca cuando yo lo estoy queriendo, cuando yo le grito a mi nana.
Ese es el viento, burro, ingeñero pendejo”, “Ya es de nacimiento el andar de
andariego. Así es mi natural y ni modo. Fue culpa de mi tata si bien se
analiza. Cuando nací, el viejito no se dio prisa pa enterrar mi ombligo que es
como debe hacerse, que es como manda la buena crianza. Se descuidó el tata; fue
que lo puso sobre una piedra del patio y en lo que fue por un machete, pa hacer
el hoyito del entierro, vino una urraca y se llevó mi ombligo pa más nunca.
Ansina fue que lo contó el viejito. Y siendo ansina, ¿onde diablos voy a estar
quieto? Siempre volando como mi ombligo, que esa fue mi ganancia. Por eso es
que no quedo quieto en ningún lugar; pepeno las ganas de jalar veredas. Si me
hubieran enterrado el pellejito, otro fuera el cuento”...
Una musicalidad casi salmódica, a la que contribuye de tanto en tanto la
iteración de alguna frase o período entre párrafos, suturándolos como
estribillo, refuerza el aire poético de las narraciones en las que subyace un
fondo mítico y una innegable dimensión simbólica. En el relato “Vientooo”, por
ejemplo, Matías llama al viento Sur para que se lleve la lluvia y el frío,
convencido de que su nahual, su animal totémico, podríamos decir que un
trasunto del ángel de la guarda, la serpiente llamada nauyaca, acudirá a sus
gritos y traerá el buen tiempo. A lo largo del cuento, el protagonista, entre
recuerdos y quejas, se va apagando, desazonándose, quejoso de su vejez.
Finalmente, una nauyaca le muerde, lo mata y, con su muerte, aparece el viento
Sur y el buen tiempo. Podría verse aquí casi una inversión de valores, una consideración
de la muerte inevitable como algo positivo, no como un desastre sino como
apertura, como trascendencia a algo mejor, como acabamiento del clima sombrío y
nacimiento del sol.
La muerte está presente en cada uno de
los relatos del libro y los culmina todos, tanto que se podría decir que es el
personaje central. Si en el cuento que acabo de comentar puede tener un
significado casi hierofánico, en otros (así en “Patrocinio Tipá”) reviste las
características de un fatum de tragedia griega. Pero siempre está ahí, cercana,
cotidiana, compañera del ser humano, mostrándose a manera de asesinatos,
guerras, venganzas, enfermedades letales, espantos (fantasmas), siempre está
como lo está en la vida real del mexicano, hasta el punto de que éste ha llegado a
darle una significación muy diferente a la que puede darle el habitante de
Europa o de Estados Unidos.
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