Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Trad: Lourdes Porta y Junichi Matsuura
Tusquets Editores
Barcelona, 2006
Esta novela, aún manteniendo el
mismo lenguaje sencillo y fluido, se aparta de la línea de las otras dos de
Murakami que he comentado anteriormente en el blog: Al
sur de la frontera, al oeste del sol y Sputnik,
mi amor. Mientras que las otras dos podrían encuadrarse, más o menos,
dentro de una vertiente realista, en esta el autor incursiona en lo que se
puede denominar como Literatura Fantástica. Partiendo de un ambiente y una situación
absolutamente normales y cotidianas, el escritor va incorporando paulatinamente
acontecimientos y personajes que devienen más y más delirantes conforme
avanzamos a lo largo de sus casi setecientas páginas. Tooru Okada ha dejado su trabajo
en un despacho de abogados y mientras espera, teóricamente, a encontrar otro empleo
que se acerque más a sus expectativas, se dedica a hacer las tareas domésticas
mientras su mujer, Kumiko, trabaja en una revista. Un día, desaparece sin dejar
rastro el gato que vive desde siempre con la pareja. Tooru recibe llamadas de
una extraña mujer que se mantiene en el anonimato (a pesar de que no deja de
insistir al hombre que ambos se conocen perfectamente) que van más allá de ser
simples insinuaciones eróticas. Una peculiar adolescente irrumpe de manera
inopinada en la vida de Tooru dándole un contrapunto de frescura y humor, no
exento de misterio, a la vorágine alucinante en la que él está próximo a implicarse
y en la que aparecen personajes relacionados, de una u otra forma, con
cuestiones esotéricas, una casa sobre la que pesa una terrible maldición, un
pozo que resulta ser una especie de pasaje iniciático y acceso a otros mundos… Su esposa, Kumiko, lo ha abandonado y él no renuncia a la idea de conseguir que regrese, propósito que lo acompañará hasta el final. La interrelación efectiva entre el
universo onírico y lo que denominamos realidad es una constante en la novela,
así como la existencia de mundos paralelos, en los que habría distintas
versiones de Tooru y de Kumiko, por ejemplo, sometidos a diferentes destinos,
que nos recuerdan algunas derivaciones heterodoxas que se han deducido a partir
de determinados hallazgos de la física cuántica.
Con toda su sencillez textual, las
metáforas y símbolos que plantea Murakami en este libro no son siempre de fácil
lectura. Y, a veces, aparecen enrevesadas con juegos intertextuales. ¿Qué es,
por ejemplo, el pájaro que da cuerda al mundo? Mencionado desde el primer
capítulo, y en numerosas ocasiones en el resto de la novela, se le presenta
como un simple pájaro, cuyo nombre ignora el protagonista. Pájaro que se
mantiene siempre invisible y cuyo canto, un ric-ric similar al ruido que hace
un reloj u otra máquina al darle cuerda, sólo pueden oír algunos de los
personajes del relato: “Desde una arboleda cercana llegaba el chirrido regular
de un pájaro, un ric-ric, como si
estuviera dándole cuerda a algún mecanismo. Nosotros hablamos de él como del pájaro-que-da-cuerda. Fue Kumiko quien
lo llamó así. No sé cuál es su auténtico nombre. Tampoco sé cómo es. Pero, se
llame como se llame, sea como sea, el pájaro-que-da-cuerda
viene cada día a la arboleda que hay cerca de casa y le da cuerda a nuestro
apacible y pequeño mundo”. Bien. Pero ¿qué simboliza ese pájaro fantástico? Por
lo descrito parece aludir a algo relacionado con el tiempo, dimensión
tremendamente complicada y distorsionada en la narración. El ruido que emite
recuerda al de las urracas. Y a ello parece señalar el autor con el
encadenamiento de una serie de textos (en el sentido semiológico de la
palabra): La primera parte de la novela se llama “La gazza ladra” y la obertura
de esa ópera de Rossini es aludida en diferentes ocasiones. No tiene esto nada
de extraño en un autor cuya obra está repleta de referencias musicales. Pero es
que “La gazza ladra” significa “La urraca ladrona”. La urraca, en la simbología
popular y tradicional, representa la charlatanería y el robo. ¿Quiénes son
charlatanes y roban? Asociar con el pájaro que le da cuerda al mundo. En países orientales, como China, por ejemplo,
tiene la urraca, por otro lado, una significación positiva y es símbolo de
buena suerte. Es decir, como todos los símbolos tiene una lectura doble,
antitética, dependiendo de las circunstancias. Recuérdense los arcanos del
tarot. Curiosamente Tooru elige ese nombre, pájaro-que-da-cuerda, para que su
amiga adolescente, May Kasahara, a la que Tooru Okada le parece un nombre feo y
complicado, se dirija a él. Además, continuando con las interrelaciones
textuales, resulta que la obertura de “La gazza ladra” forma parte importante
de la banda musical de “La
naranja mecánica”, de Stanley Kubrick, basada en la novela de Anthony
Burguess del mismo título, “A Clockwork Orange”. Pero también resulta que “orang”,
en malayo (Burguess pasó varios años en Malasia) es un antropoide, una especie
de orangután. Con lo cual, el escritor habría hecho un juego de palabras para
darle al título de su novela un significado que sería algo así como “El
antropoide mecánico” o “El antropoide de relojería”, un ser humano que no
tendría voluntad propia, que dependería de las circunstancias externas,
programado para actuar de determinada forma. El mismo mensaje observamos en
esta novela de Murakami. En tal sentido, el siguiente párrafo es revelador: “Pero,
fuese una coincidencia o no, la existencia del «pájaro-que-da-cuerda» tenía
una importancia fundamental en la historia de Cinnamon. Era el chirrido de
aquel pájaro, que sólo oían unas pocas personas especiales, lo que las guiaba
hacia una ruina inevitable. Como había pensado siempre el veterinario, el libre
albedrío del hombre no existía. Las personas eran como muñecos, a los que se
les había dado cuerda por la espalda y puesto encima de la mesa, condenados a
seguir un camino que no habían elegido, obligados a avanzar en una dirección.
Casi todos los que habían oído el chirrido habían sufrido la ruina y la
perdición. Muchos habían muerto. Habían caído por el borde de la mesa”. El
fatalismo, sin embargo, no es absoluto. Existe una posibilidad de salvación, de
liberación. Y nuestro protagonista Tooru la consigue bajando a un oscuro pozo
(el descenso “ad ínferos” presente en todas las iniciaciones) en cuyo fondo
está la puerta que conduce a la solución.
Una novela, en fin, que se lee casi
de un tirón, gracias al indudable oficio e imaginación de su autor, y a la vez
repleta de claves que no sólo enriquecen su lectura sino que la convierten en
poliédrica, en una obra de múltiple facetas, susceptible de más de varias
lecturas, en un “multiverso” conformado por una serie de universos paralelos
similar al que el relato refleja, que no deja de ser, en definitiva, sino el
nuestro.
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