Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

lunes, 13 de agosto de 2012

EMAÚS, de Alessandro Baricco


EMAÚS
Trad: Xavier González Rovira
Ed. Anagrama
Barcelona, 2011

Leí “Seda” hace ya muchos años. Me pareció un libro poco más que bien escrito. Pero le faltaba algo. Algo fundamental. Los aficionados al flamenco lo llaman, al referirse a ese arte, “pellizco”. Hacen alusión con tal palabra a la emoción estética que despierta el cantaor en el oyente con su interpretación. Don Antonio Machado afirmaba que lo esencial de la poesía era que tuviese “alma”, llamando “cantores huecos” a los que cultivaban el arte de Polimnia o Erato con corrección técnica pero que eran impotentes para despertar en el lector esa sensibilidad inefable que, conectándolo con una dimensión otra, lo deja sin palabras precisamente a través de las palabras. Eso le faltaba, o así me pareció, al relato “Seda”, por otra parte perfectamente impecable. Es decir, que pasé por él sin pena ni gloria.

Bastante tiempo después, vino a mis manos otra novela de este autor: “Océano mar”. Las primeras páginas del relato me dejaron un poco desconcertado, como suele ocurrirles a la mayoría de sus lectores según he podido contrastar más tarde. Pero, al mismo tiempo, había algo en ese libro, algo mágico, que me impedía dejarlo. Casi sin darme cuenta, fui sumergiéndome en él y adentrándome en un universo inténsamente poético en el que los ingredientes fantásticos y humorísticos se combinan magistralmente en una trama tan alejada de lo convencional como de lo abstruso. Perfectamente creíbles niños que vuelan, un pintor que pinta el mar con agua de mar (de forma que todos los lienzos resultan siempre blancos, a pesar de lo que el artista decide que unos son mejores que otros), un científico empeñado en determinar el lugar exacto en el que acaba el mar y comienza la tierra (o viceversa)… y otros personajes, en un hotel aislado en una playa en medio de ninguna parte, buscan la solución a sus respectivos problemas vitales conformando una historia teñida de surrealismo que yo no dudaría en considerar como una de las mejores, si no la mejor, novelas que he leído. Tanto que, nada más acabarla, busqué inmediatamente el resto de la obra del autor publicada en español hasta ese momento: “Tierras de Cristal”, “Esta historia”, “City”, “Sin sangre”, “Novecento”… Incluso el pequeño ensayo “Next”. En ninguna vuelve a utilizar de la forma que lo hizo en “Oceano mar” el ingrediente de lo fantástico y onírico, pero sí el de lo sorprendente o improbable, como elementos generadores de función poética. Y, aunque ninguna de ellas desdice del indudable oficio del escritor italiano, las dos mejores de estas últimas son, sin duda, “Novecento” y “Sin sangre”. La segunda, escrita en dos partes con registros completamente distintos, el primero de los cuales nos recuerda inmediatamente a Truman Capote para dar paso el segundo al heterodoxo y brillante estilo de Baricco. La primera, que dio base, como “Seda”, a una magnífica película, impregnada de un intenso lirismo. Ambas, y el conjunto de su obra, llevan al autor de Turín camino de convertirse en un clásico.

Por todo lo dicho más arriba, al toparme hace pocos días con “Emaús”, después de mucho tiempo sin tener noticias de nuevas publicaciones de Baricco, corrí a adquirir el librito y lo devoré en varias horas. Y aunque su maestría seguía presente ya desde el breve introito hasta el punto de emocionarme, no tardé en darme cuenta de que en el autor se habían producido cambios sustanciales. Por una parte, la narración carece de la magia que caracteriza a las otras. Se trata, poco más o menos, de una historia de corte social rebosante de moralina; cierto que de una moralina un tanto subversiva, pero moralina al fin. Cuatro amigos adolescentes, con lejanísimas resonancias de los Tres Mosqueteros, se dedican a la consecución de obras pías y al escrupuloso cumplimiento de las normas que la educación católica en la que han sido criados les ha transmitido. Para ayudar a establecer el Reino de Dios. Por cierto, Baricco da una curiosa versión del católico y su moral, de los que yo no tenía noticia: “Le costaba trabajo explicarse, y a mí entenderle, porque nosotros somos católicos y no estamos acostumbrados a diferenciar entre el valor estético y el valor moral. Es lo mismo que con el sexo. Nos han enseñado que se hace el amor para comunicarse y para compartir la alegría”, dice el narrador. Yo creía que para los católicos el único objetivo legítimo de las relaciones sexuales es la procreación y siempre dentro del matrimonio. Pero bueno.
Desde un principio, los chicos marcan, a través de la voz del narrador (uno de los cuatro) una tajante diferencia entre lo que podríamos llamar su “Hermandad” (y su entorno) y “ellos”. “Ellos” son los hijos de los ricos, los pervertidos, de dudosa moralidad y de quienes procuran mantenerse apartados y a los que, en algún momento, tratan de redimir. A lo largo de sucesivas escenas, se va descubriendo que cada uno de los cuatro viven en medio de familias desestructuradas que les han transmitido unos valores que resultan vacíos de contenido y en contradicción con la realidad y con la misma doctrina que los sustenta. Esto sirve a Baricco para hacer una crítica feroz de una educación hipócrita que sospecho (y es sólo una sospecha) debe de tener bastante de autobiográfico, directa o indirectamente. Andre, una chica perteneciente a la clase de los “ellos”, muy atractiva, extraña, promiscua, marcada (como la Milady de Dumas) por un estigma (en este caso el de intento de suicidio) y corruptora, voluntaria o involuntariamente, de quienes les rodean, va alejando a los cuatro jóvenes de sus pretendidas convicciones y precipitándolos en finales más o menos trágicos: la drogadicción, el suicidio, la cárcel… Sólo el narrador, en un final abierto, parece salvarse siendo consecuente consigo mismo través de una sublimación de aquello que, personificado en Andre, había rechazado siempre.

Libro interesante, de iniciación, crítica cruda e implacable hacia un sistema puritano y farisaico, merece ser leído. Queda, sin embargo, muy lejos de ese Baricco que me fascinó con su irrepetible novela-poema “Océano mar”.


miércoles, 8 de agosto de 2012

LOVECRAFT. UNA BIOGRAFÍA

LOVECRAFT
UNA BIOGRAFÍA
Por L. Sprague de Camp
Traducción: Francisco Torres Oliver
Ed. Valdemar.
Madrid, 2002

Basándose en la extensa literatura epistolar de H. P. Lovecraft y en testimonios de amigos y conocidos, L. Sprague de Camp nos conduce a lo largo de la vida del escritor de Providence y recala en cada una de sus creaciones y sus avatares, incluyendo muchos de los textos que trabajó para otros o en colaboración.
No se trata de un libro complaciente, producto de una admiración incondicional y tampoco de un ataque furibundo. Ambas cosas hubo de sufrir, ya muerto, el inventor de Cthulu por parte de críticos y profesores. Pero no es el caso de la biografía que comento. Atemperado por un loable sentido del humor, Sprague de Camp consigue mantenerse en el equilibrio de una apreciación justa, pese a que en algún momento no deja de advertirse cierto resquemor en el biógrafo ante las descalificaciones de las que solía hacer objetos su biografiado a quienes llamaba “escritores mercenarios”; es decir, los escritores profesionales. No es raro, toda vez que S. de Camp fue un escritor de mucho éxito y que posiblemente habría sido denominado por Lovecraft de tan desagradable manera. El  autor de este libro atribuye a este y otros prejuicios estéticos y literarios la razón del fracaso en vida del autor de “La sombra sobre Innsmouth” más que a los posibles deméritos de una obra que él mismo se encargó de despreciar en sus cartas. Pero el fracaso como escritor, con ser el más importante para Lovecraft, es una más de las facetas de un itinerario vital marcado por la frustración, como reflejan muchos de los nombres de los capítulos:  “Vástago torcido”, “Genio malogrado”, “Guerrero malogrado”, “Amante vergonzoso”, “Bardo frustrado”, “Pensador fracasado”…
Gran parte de la responsabilidad de tal debacle existencial la atribuye Sprague de Camp, como el mismo Lovecraft, a una madre superprotectora que lo incapacitó para enfrentarse a las dificultades con las que han de lidiar la mayor parte de los seres humanos.
El biógrafo nos describe, a lo largo de 860 páginas de fácil y entretenida lectura, a un hombre lleno de contradicciones y contrastes. Por ejemplo, si bien nos lo presenta como xenófobo y racista, reflejando los abundantes testimonios dejados por él mismo en sus cartas y otros textos, también nos muestra, en sorprendente paradoja, a un Lovecraft amable y siempre dispuesto a ayudar a todos sin reparar en su raza, cultura o credo, como afirma la gran mayoría de sus amistades.
Negado para la vida práctica, y no precisamente por falta de aptitudes sino por actitud, se sumergió en un mundo de ensueños e ideales sui géneris descuidando desde sus finanzas hasta su salud, en una larga adolescencia que sólo comenzó a rebasar ya pasada la treintena, madurez tardía en la que comenzó a arrepentirse, demasiado tarde dada la brevedad de su vida, de muchas posturas y prejuicios pasados, de sus declaraciones xenófobas y también de su posicionamiento político conservador, inclinándose, en sus últimos años hacia convicciones que, sin ser marxistas, podrían ser calificadas como socialistas.
No es, en fin, la peripecia exterior, tan provinciana y de corto alcance que llega a parecernos una aventura “de juguete”, lo que hace interesante la figura de Lovecraft y, por tanto, la lectura de este libro, sino una complejidad interior que fue, sin duda, la que produjo el universo de rasgos oníricos que cambió en muchos aspectos los rumbos de la literatura fantástica y que nos hace recordar a la mayoría de los héroes de sus, a veces pesados, relatos.