Cartas
a Theo
Trad:
No figura
Barral
Editores
Barcelona,
1972
Vincent
Van Gogh, además de ser un genial pintor incomprendido en vida, también escribió.
Sobre todo, cartas. En torno a ochocientas, muchas de ellas fueron dirigidas a
su hermano Theo, protector y admirador de Vincent a lo largo de sus vidas. De
estas últimas figura una notable selección en el libro que comento hoy.
La
mayor parte de los textos que integran el volumen se centran en la obsesión de
Van Gogh por llegar a comprender y a realizar la esencia de la pintura. Página
tras página va detallando a su hermano el trabajo de cada día, la aventura a la
que se entrega en la caza del alma de personajes y paisajes, en dibujos,
estudios, cuadros, de los cuales envía croquis a Theo, algunos de los cuáles se
reproducen en el libro.
Dentro
de su preocupación casi exclusiva por la obra, ocupa un lugar preponderante el
color, su teoría y su análisis, color del que acabamos descubriendo la
dimensión expresiva y simbólica que implica en su creación. tema en el que se
extiende hasta el punto de llegar a hacerse pesado en ocasiones para el lector
ajeno al arte pictórico, de no ser porque dichas reflexiones, tan extensas a
veces, se intercalan entre párrafos que nos muestran al ser humano, sus
problemas, su exaltada, auténtica, solidaria y universal espiritualidad, su
drama, sus ilusiones, sus altibajos, sus amores siempre frustrados, su trágica
enfermedad, su amarga experiencia de marginado que, como suele ocurrir en este
mundo, sería, años después de su muerte, elevado a las más altas cumbres dentro
de la historia del arte. A veces, él mismo parece predecir eso en sus líneas: “Llegará
un día, sin embargo, en que se verá que esto –se refiere a sus cuadros- vale más que el precio que nos cuestan el
color y mi vida, en verdad muy pobre”, “…pues, igual que el vino guardado en la
bodega será normal que alcance una valoración”…
Y,
a pesar de que, en su libérrimo estilo epistolar, salta de un tema a otro, en
ocasiones sin lógica ninguna ni ningún tipo de hilazón (quizá a causa de sus
crisis mentales), lo que puede hacer farragosa la lectura, no dejamos de
encontrarnos muy a menudo con párrafos que muestran a un escritor de altura y a
un pensador (tal vez intuitivo) de notable profundidad:
“Yo confieso no saber
por qué será, pero siempre la vista de las estrellas me hace soñar, tan simplemente como me impulsan a soñar
los puntos negros que representan en el mapa las ciudades y los lugares. ¿Por
qué, me pregunto, los puntos luminosos del firmamento nos serían menos
accesibles que los puntos negros en el mapa de Francia?
Si
tomamos el tren para irnos a Tarascón o a Ruán, tomamos la muerte para irnos a
una estrella.
Lo
que es realmente cierto en este razonamiento es que, estando en vida, no podemos irnos a una estrella;
lo mismo que estando muertos no podemos tomar el tren.
En
fin, no me parece imposible que el cólera, el mal de piedra, la tisis, el cáncer,
sean medios de locomoción celeste, como los barcos a vapor, los ómnibus y el
ferrocarril, lo son terrestres.
Morir
tranquilamente de vejez sería ir a pie”.
(…)
“Me
encontraré entonces con que no sólo las Bellas Artes, sino también todo lo demás,
no eran más que sueños, que uno mismo no era nada. Si somos tan ligeros como esto, tanto mejor para
nosotros, ya que nada se opone entonces a la posibilidad ilimitada de la
existencia futura. De donde se explica que en el caso actual de la muerte de
nuestro tío, el rostro del muerto estaba calmo, sereno y grave. Cuando es un
hecho que en vida él no era así, ni con mucho, ni siendo joven ni cuando viejo.
Tan a menudo he comprobado un efecto como este al observar a un muerto
profundamente, como para interrogarlo. Y esto es para mí una prueba, no la más seria, de una existencia de ultratumba.
Igualmente
un niño en la cuna, si se lo mira cómodamente, tiene el infinito en los ojos.
En total, yo no sé nada, pero precisamente este sentimiento de no saber hace la vida real que vivimos
actualmente comparable a un simple viaje en un ferrocarril. Se va rápidamente,
pero no se distingue ningún objeto de cerca, y, sobre todo, no se ve la
locomotora”.
(…)
“Sufrir
sin quejarse es la única lección que hay que aprender en esta vida”.
“Cartas
a Theo” es, por tanto, un libro de obligada lectura para artistas pintores, críticos
de arte y otros profesionales de ese ámbito y muy conveniente para los admiradores
de Van Gogh y los aficionados tanto a los materiales biográficos como a la
buena literatura en general.
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