Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

jueves, 28 de abril de 2016

Ultramarina, de Malcolm Lowry


Ultramarina
Trad:  Alfonso Llanos
Monte Ávila Editores
Caracas, 1969

Ultramarina fue la primera novela, obra de juventud, de Malcolm Lowry. Narra el viaje de Dana Hilliot, alter ego del mismo Lowry, enrolado en el buque Oedipus Tirannus, desde Inglaterra al Extremo Oriente, y las pruebas que ha de superar en su convivencia con marineros rudos y nobles que lo consideran un niño pijo que se ha metido en el barco por capricho, privando así, seguramente, de la oportunidad de trabajar a algún otro chico que de verdad lo necesitase. En lo que no dejan de llevar razón y que, de alguna forma, es confirmado por el mismo Dana, admirador de aquellos hombres, en ciertos momentos del libro. No es casual que se llegue a hacer alusión a “Capitanes Intrépidos”, de Ruyard Kipling, relato que puede considerarse, en muchos sentidos, gemelo y predecesor de éste. Dana Hilliot no dejará de luchar, en medio de un constante vaivén anímico, bamboleo tan mareante como el del barco o más, por conseguir la aceptación, la complicidad, de sus compañeros de tripulación, por lograr, en definitiva, formar parte de ese grupo que, en principio, lo rechaza. Se trata, por tanto, de una de las llamadas novelas de iniciación, en las que un joven o adolescente aprende a cruzar la barrera que lo separa de la madurez venciendo o sorteando los escollos que forman parte necesaria del camino.
A lo largo de todo ese periplo, Dana Hilliot va haciendo un despliegue de “erudición” en el que parece evidenciar sus conocimientos humanísticos y dominio de múltiples lenguas, cuyas irrupciones (si bien son explicables por el asunto de la ambientación narrativa) pueden llegar a ser un guijarro en el zapato del lector, así como la jerga marinera, aunque ésta está más justificada. Pero, en fin, teniendo en cuenta que estos son ingredientes necesarios en la construcción de un relato de estas características, avanzamos, animados por la indudable calidad e interés del texto, en el que vamos encontrando, sorpresas en la ruta, líneas de tremenda fuerza poética (Ej: El contramaestre decía que las moscas chillaban como “niños que se desangran” al morir sobre los papeles engomados), entre fragmentos en griego clásico y otros en latín atribuidos a Galeno de Pérgamo mezclados con más sacados de poemas de Catulo. Uno se pregunta por la intención del autor cuando induce a Dana a alardear de su superioridad cultural. Y la respuesta podría ser que así señala la distancia a salvar que lo separa de los marinos y que no deja de ser una futilidad comparada con la autenticidad de la experiencia vital de aquellos. En determinado momento, de hecho, se llega a calificar a Dana Hilliot como un “erudito a la violeta”.
En su ansia por estar a la altura de sus compañeros e imitar su comportamiento, Dana libra una lucha en su interior entre su decisión de guardar la promesa de fidelidad dada a su novia y bajar a tierra en los puertos que tocan a estar, como los otros, con prostitutas. Tras capítulos en los que se evidencia esta lucha en un monólogo interior que alterna con fragmentos narrativos, todo ello inmerso en el caos de la borrachera y un ambiente onírico, a veces de pesadilla, el protagonista parece, finalmente, alcanzar un equilibrio y cumplir su rito de paso iniciático.
Quien conozca la obra posterior de Lowry (sobre todo “Bajo el volcán”, novela que releeré y comentaré algún día) no dejará de advertir ciertos precedentes de asuntos (por ejemplo, el infierno del alcoholismo –aparte de que el escritor fuese aficionado a empinar el codo desde muy joven: desde los catorce años- ) que se desarrollarán más a fondo en aquella. Lo que hace pensar en una revisión de “Ultramarina” que, al parecer, llevó a cabo el autor; en la que, por ejemplo, cambió el nombre del barco, de Nawab a Oedipus Tirannus, para que se llamara igual que el que aparece años después en “Bajo el volcán” y en el que se embarca su hermanastro Hughs, personaje de aquella narración.

sábado, 23 de abril de 2016

Tres veces al amanecer, de Alessandro Baricco


Tres veces al amanecer
Trad:  Xavier González Rovira
Editorial Anagrama
Barcelona, 2013

Al llegar a la página 161 de la edición española de Anagrama del año 2012 de Mr Gwyn, de A. Baricco, podremos leer:
“…
-¿Te acuerdas de qué libro es?, preguntó.
-Sí, se titula Tres veces al amanecer. Un buen libro. Breve.”
Un poco más adelante sabremos que el pretendido autor de ese libro es un hindú llamado Akash Narayan.
Aquel libro, inventado en la trama de Mr Gwyn, lo escribió Baricco más tarde. Y es éste que aquí comento y que comienza con la siguiente dedicatoria: A Catalina de Médicis y al maestro de Camden Town.  El lector no sabrá que Catalina de Médicis es una bombilla que parece una lágrima escapada de una araña de luces y el maestro de Camden Town su fabricante, a no ser que haya leído Mr Gwyn. Ni cómo dicha dedicatoria llevará a Rebecca (uno de los personajes de Mr Gwyn) a descubrimientos y constatación de sospechas importantes que no revelé al comentar Mr Gwyn ni revelaré ahora. Al leer este libro Rebecca comenta: “Tres veces al amanecer estaba dividida en tres partes y la primera era muy parecida a uno de los retratos de Jasper Gwyn”. Efectivamente. Eso es básicamente el relato. O los relatos, pues de tres se trata aunque sean variaciones sobre un mismo tema que, fácilmente conjugadas e interpretadas, constituyen una sola historia. Magistral. El “más difícil todavía” circense parece ser uno de los lemas de este autor italiano que no deja de sorprendernos una vez tras otra a lo largo de sus narraciones. Y sin truco, sin “trampa ni cartón”. Una baraja formada por tres sencillos elementos, una mujer, un hombre, el escenario de un hotel, diferentes edades y circunstancias. Y la magia del oficio, el humor y el sentido poético. Aunque la verdad es que el taumaturgo, sin poder traicionar su condición, se guarda una carta en la manga. Desliza, al iniciar Tres veces al amanecer, una pequeña mentira por omisión: “En la última novela que escribí -dice Baricco-, Mr Gwyn, se alude, en un momento dado, a un breve libro escrito por un angloindio, Akash Narayan, titulado Tres veces al amanecer. Se trata naturalmente de un libro imaginario…”. Es verdad. Pero no es toda la verdad. Si desvelase toda la verdad, el novelista se cargaría una de las sorpresas más sabrosas. Así que, con ese escamoteo, que algunos escritores puristas calificarían de deshonesto o, al menos, de poco ortodoxo, desaparece en una nube fugaz que explota en el escenario dando paso a la acción que surge entre su bruma. Una acción que, si bien puede abordarse por sí sola e independientemente de su matriz, Mr Gwyn, como ya advierte Baricco al introducir el libro, también es cierto que adquiere matices y brillos diferentes al conjugarse con la novela que fue su origen, a la que a su vez aporta insólitas luces.
La primera historia narra el encuentro de un hombre de edad madura con una mujer que “Ya no era muy joven, pero esto le sentaba bien, como sucede a veces a las mujeres que no han tenido nunca dudas sobre su belleza”. Tras su final, pasmoso e imprevisto, la segunda historia trata de una descarada y tal vez dulce e indefensa adolescente y un portero de noche, de edad provecta y existencia triste y desgraciada, que la ayuda a escapar de un joven maltratador y violento. En la tercera, y última, una mujer policía de cincuenta y seis años lleva a un niño de trece, que acaba de sufrir una terrible tragedia, desde el mismo sórdido hotel de los otros relatos hasta una casa al lado del mar. En las tres ocasiones la acción trascurre al amanecer y los personajes son los mismos personajes, sólo que sometidos a diferentes posibilidades. Multiplicidad y unidad se confunden y el tiempo juega a distorsionarse mientras Baricco ahonda, como siempre, belleza y arte mediantes, en distintos aspectos de la condición humana: estulticia, sabiduría, desgracia, soledad, amor, solidaridad, cobardía, valor…

martes, 19 de abril de 2016

Plegarias atendidas, de Truman Capote


Plegarias atendidas
Trad: Ángel Luis Hernández
Editorial Anagrama
Barcelona, 2001

En esta su última e inacabada novela, Truman Capote se despacha a gusto con toda la alta sociedad de su entorno. No deja títere con cabeza. Más o menos ocultos tras nombres ficticios, a veces sin ocultarlos, desnuda, pone en evidencia, machaca a ricos, aristócratas, famosos de la pantalla, escritores, cuyos trapos sucios (siempre según Capote, claro) van desfilando ante la atención morbosa del lector. Montgomery Clift es un chupapollas (en el sentido exacto del término), los Kennedy son “como perros”; a Niarchos, que lleva encima “bastante coñac como para conservar en alcohol a un rinoceronte”, lo que le hace feliz es matar. Y, así, van adornando con sus miserias morales y sus caricaturas, a veces crueles, las líneas del relato  Jerry Salinger, Samuel Beckett, Greta Garbo, Sartre, Warhol, Walter Mathau, Tennessee Williams, Gore Vidal, Albert Camus, Peggy Guggenheim y muchos más. De manera que la narración parece el trabajo de un paparazzi literario que, en vez de con su cámara, enfoca y exhibe con sus palabras las partes más innobles de las víctimas destinadas a ser servidas, trufadas de sexo y escándalo, como si de un programa televisivo de los llamados “del corazón” se tratase.
Por lo demás, la novela no reviste mayor interés. Las peripecias del personaje narrador, pícaro amoral, salpicadas aquí y allá de un dudoso humor, no dejan de ser un pretexto, unos anaqueles, un álbum donde colocar los cadáveres despellejados de sus conocidos y amigos que, en cuanto leyeron los capítulos que se publicaron en la revista Esquire, le dieron la espalda al escritor. Según la opinión del que era su editor, Joseph M. Fox, este desastre fue la causa de que Capote abandonase la redacción de esta obra, extremo que el escritor siempre negó. En cuanto a las razones para que llevase a cabo semejante escabechina en la llamada jet-set, existen distintas teorías que, dado que cualquiera de ellas es perfectamente posible, seguramente seguirán siendo siempre eso, teorías: desde la casi psicoanalítica que la interpreta como una llamada de atención que roza lo histérico, un grito de socorro por miedo al abandono que ya, al parecer, sufrió de niño hasta la que la interpreta como una venganza, un ajuste de cuentas, con la sociedad de ricos que lo rodeaba. Es posible que se trate de una de esas cosas o de todas. También es cierto que el mismo autor no sale muy bien parado en el autorretrato que traza en la figura del narrador, su alter ego, personaje  con parámetros éticos en cualquier caso discutibles.
Si, dejando al margen todas estas circunstancias, nos centramos en el texto, está claro que no nos encontramos ante una gran novela ni, aún teniendo en cuenta que se trata de un proyecto incompleto, ni siquiera ante el esbozo de una gran novela. La narración, muy bien escrita (sin duda), no va más allá de ser un conjunto de anécdotas que gustará, seguro, a los amantes del cotilleo. Y, como mucho, es una curiosidad interesante para los admiradores del genial autor de “A sangre fría”.

viernes, 15 de abril de 2016

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq


Ampliación del campo de batalla
Trad: Encarna Castejón
Editorial Anagrama
Barcelona, 2005

Lo que arranca con un humor inteligente e irónico, se va adentrando por terrenos pantanosos en los que la crítica feroz del sistema se cuece en un caldo de amargura, misoginia y misantropía que sólo se atempera, aparentemente, ante los personajes más marginales, como un acto de justicia. Aunque esto no llega a quedar claro. De hecho, al lector no llega a quedarle claro casi nunca cuándo el narrador está hablando en serio y cuándo bromea, así sea con bromas vitriólicas, venenosas. Porque lo que defendió en un momento dado, lo hunde en seguida en el cieno. Así lo hace con la chica gorda y fea que resulta llamarse, para el colmo de los sarcasmos, Brigitte Bardot; así también con su desgraciado compañero de trabajo, Tisserand. Cada personaje que aparece es sometido a una cruel y sangrienta, si es que no también arbitraria, disección. Aparte de, por supuesto, las repetidas muestras de sexismo y racismo: “Lamentaba que Tisserand no hubiera matado al negro”. Él mismo se hace objeto de constantes ideas autodestructivas, a cada paso que va dando, en el hospital, en el psiquiátrico, hasta llegar al amargo desespero final: “…me duele la piel. Estoy en el ojo del huracán. Siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo. No habrá fusión sublime; he fallado el blanco de la vida. Son las dos de la tarde”. La lectura de esta novela deja en el lector un sabor depresivo, demoledor, sin que realmente sepa si se encuentra ante un crítico implacable del estado de cosas que escupe en lo políticamente correcto o ante declaraciones, fingidas o reales, de un neurótico, cuya neurosis (eso sí) puede ser resultado del estado de cosas. ¿Nos encontramos ante un texto pensado para escandalizar y, por tanto, para vender o ante una crítica implacable del sistema sin respeto a ninguna idea ni forma y, a veces, ni a la vida misma? Se ha llegado a comparar a Houellebecq con Celine y, a veces, efectivamente, nos lo recuerda.
Este libro nos deja un sabor amargo, aunque ignoramos si es una amargura lúcida y necesaria. Y, lo que es más, no sabemos, insisto, si estamos ante un cínico oportunista o ante un analista implacable y disolvente. Nada de él había leído antes de esto y, excepto de oídas, no lo conocía a pesar de todos los revuelos que ha organizado y que no pueden sino hacerme pensar en campañas de marketing. 

lunes, 11 de abril de 2016

Leviatán, de Paul Auster


Leviatán
Trad: Maribel de Juan
Editorial Anagrama
Barcelona, 2001

Un espacio-tiempo cotidiano, que podría llegar a ser anodino de otra forma, deviene delirante en función del orden y la interrelación entre sus elementos. Y es que hasta lo más alucinante no consiste sino en una reordenación de lo que, a fuerza de ser percibido deja de sorprendernos. Así es desde los más antiguos mitos. ¿Qué es el unicornio sino un vulgar caballo con un cuerno en la frente? Si le ponemos alas, será Pegaso. Ese es uno de los ingredientes mágicos que se utilizan en las artes, en la literatura entre otras, ya sean de tipo fantástico o no. Pues no se trata sino de activar la percepción poética (o estética) en el receptor. Esta técnica no es ajena al enganche del lector en esta novela de Auster, junto a la habilidad para mantener la tensión del suspense. Con estos mimbres y dejándose guiar por una concatenación de acontecimientos que no dejan de recordarnos, con sus consecuencias, a la Teoría del Caos, se lleva a cabo, más en profundidad aunque disfrazado de ameno thriller, un (discutible o no) análisis de la realidad, las relaciones humanas y el conflicto existencial.
El relato consigue, sin duda y a pesar de algunas partes en las que puede resultar un tanto farragoso, entretenernos y atraparnos. Además de, ya queda dicho, por su generosa dosis de intriga, por el magistral dominio de la trama y sus otros elementos y, muy especialmente, por la riqueza de matices y el carácter insólito y complejo de los personajes, ajenos a los valores convencionales.
El argumento central no es, en principio, nada enrevesado. Son sus sucesivas ramificaciones las que nos van conduciendo por una selva de contrastes, coincidencias que parecen mágicas, aparentes sinsentidos… hasta depositarnos en un final que, en honor a la verdad, resulta flojo a tenor de la traca final que durante todo el desarrollo se viene insinuando de forma implícita.
El comienzo de la narración nos informa, en un tono de gacetilla, de la muerte de un hombre que se produce mientras, según todos los indicios, manipulaba una bomba. Otro hombre, escritor, identifica, por datos que deduce de lo que lee en el periódico y de lo que sabe, a la víctima. Se trata de un amigo suyo desaparecido. Consciente de que los medios oficiales darán una versión distorsionada de los hechos, decide escribirlo antes de que la policía llegue a conclusiones y a verdades que no lo son.
Paul Auster juega, a través de diferentes guiños, a hacer creer al lector que está leyendo una novela de fondo autobiográfico. ¿O no es un juego y verdaderamente detrás de toda la historia está la vida del autor? Sea como sea, no es el único elemento lúdico del texto, empapado de este componente; lo que, teniendo en cuenta su dimensión trágica, puede acabar produciéndonos la impresión de quien recibe el regalo más macabro que se nos pueda ocurrir envuelto en un alegre papel de colores.

lunes, 4 de abril de 2016

El hombre de la arena y otros cuentos, de E.T.A. Hoffmann


El hombre de la arena y otros cuentos
Editorial Magisterio Español, S.A.
Madrid, 1972

Aunque el movimiento romántico fue un importantísimo punto de inflexión en la historia de la literatura y muchas de sus obras influencia definitiva y fructífero semillero para las letras posteriores, su producción ha envejecido mal. Efectivamente, mientras que el lector actual sigue disfrutando de literatura de épocas anteriores, como el Romancero, Quevedo o Garcilaso, sin grandes impedimentos, muchos textos narrativos, poéticos, teatrales, de aquella tendencia que acompañó al Mal du siècle se nos caen de las manos debido a un estilo que resulta artificioso y cursi para el gusto de hoy.
Es lo que, en gran medida, ocurre con el libro que comentamos en esta entrada. Traducidos por primera vez, total o parcialmente, al español por Carmen Bravo Villasante para esta edición de 1972, los siete cuentos que integran el volumen no carecen, en absoluto, de interés, siempre que hagamos el esfuerzo de intentar situarnos en el contexto en el que fueron creados para poder, así, tener una perspectiva ecuánime una vez poseamos una cierta visión de los distintos valores que impregnaban la sociedad en la que le tocó escribir a Hoffmann.
Ninguno de los relatos conseguirá despertar la más mínima inquietud (y mucho menos sentimientos de terror o angustia) en el lector de nuestro tiempo, lo que es perfectamente explicable si se tiene en cuenta que, si hay un subgénero que caduque con toda seguridad (llegando muchas veces a provocar más risa que miedo), ese es el género de horror.
Obviado esto, no hay que olvidar que las obras literarias de calidad, si bien pierden con el paso del tiempo algunas de sus virtualidades, pueden conservar determinadas virtudes debidas a la maestría de su creador, virtudes que no están a merced del transcurrir de los años y las modas. Son estos los rasgos que las convierten en clásicos y las hacen merecedoras de seguir siendo publicadas y leídas.
Tendremos, sin embargo, insisto, que enfundarnos en levitas o mirar el mundo a través de los ojos de una frágil damisela que se sonroja ante la más ingenua expresión amorosa o se desvanece por sólo oír nombrar a un hipotético fantasma, acompañados de seres arteros y malvados, los antagonistas que luchan por hacer el mal, para entrar en el universo que Hoffmann nos propone en estos cuentos.
“El hombre de la arena”, relato que abre el libro, arranca con un personaje que a la gente de cierta edad no dejará de recordarle otros ya tradicionales e inmersos en el ideario colectivo: el hombre del saco, los mantequeros, etc. Pronto, como suele ser habitual en este autor, deriva sutilmente hacia parámetros más positivistas, más “realistas”, sin abandonar por eso sus dosis de cursilería romántica pero dotando al terror de una dimensión psicológica más moderna, que otros autores, como Kafka, se encargarán de hacer avanzar sin llegar aún a la otra vuelta de tuerca magistral que nos ofrece, por ejemplo, Borges en narraciones en las que lo fantástico, teñido a veces de un terror que puede llegar a enfermarte, se nos hacen presentes arrojando el reto de su difícil superación. Un ejemplo del genial autor argentino: “Tigres azules”.
Siguen a este primer cuento otros seis, de extensión variable pero todos ellos centrados en apariciones espectrales, vampirismo que más parece necrofagia, algún folletín entreverado de inquietantes sospechas pecaminosas y, aún más, sacrílegas, una narración larga cuyo título, “Datura fastuosa”, planta llamada también “Trompeta del diablo”, constituye una complicada metáfora que implica un cierto conocimiento de esta especie vegetal y sus propiedades para ser entendida, y que ataca y critica duramente la orden de los jesuitas y un cuento final, “La curación”, muy corto y quizá el más flojo.
En todos los textos están presentes el terror, la fantasía, a veces el anticlericalismo y/o una dura crítica a las convenciones morales y sociales de la época, junto a historias y sentimientos de amor, más o menos puro o perverso.
Un buen libro, éste o cualquiera de las compilaciones de sus cuentos hoy día ya suficientemente publicadas en español, para empezar a conocer a un E.T.A. Hoffmann diferente al autor de la historia de Cascanueces que dio lugar al famoso ballet de Tchaikovsky.