Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.
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sábado, 4 de septiembre de 2021

Y UNA TARDE CUALQUIERA ESPARCES MIS CENIZAS EN EL MAR, de José Luna Borge


Y UNA TARDE CUALQUIERA ESPARCES MIS CENIZAS EN EL MAR
José Luna Borge
Eolas Editorial
León, 2020

 La muerte, sobre todo cuando te concede (o te condena a) tiempo para pensar en su inminente inevitabilidad, impone o construye un espacio de reflexión previo a su llegada que da ocasión a la catarsis.

La novela de José Luna Borge la vertebran las relaciones entre dos hermanos ante la situación límite e irreversible de la muerte próxima de uno de ellos, Santi, que permanece ingresado en una clínica para enfermos terminales pasando sus últimos días de vida, en los que lo acompaña Pepe.

A lo largo de diez jornadas en una Barcelona que el autor describe con pinceladas certeras y eficaces conducentes a trazar el marco, el ambiente, oportuno dentro del que se desarrollan los hechos, ambos protagonistas despliegan un diálogo en el que navegan por y profundizan en temas vitales, no sólo para quienes afrontan situaciones límites como la que embarga a Santiago, sino para todos los seres humanos. Pues todos, a fin de cuentas (y así se nos da a entender entrelíneas) acabaremos afectados por ellas.

En sus conversaciones, teñidas de la angustia y la amargura inevitables, pero también de una ternura que las redime en lo posible, analizan temas tan serios en la condición humana como la amistad y la familia, la lealtad o la traición, la culpa, la fugacidad de la dicha, la soledad, el desamparo ante la muerte y su enigma o la naturaleza libre o fatal de las elecciones que conducen nuestra vida.

Con planteamientos alejados de todo maniqueísmo, tal las pasiones opuestas que se alojan dentro de un mismo personaje (así en el caso de la codicia que acompaña a la generosidad de Paco),  el relato, más allá de juzgar los comportamientos, pretende comprender el enigma de los sentimientos, del gozo o el dolor, del amor o el desapego, incluso el odio, que embargan, a lo largo de su ciego periplo, a esa desprotegida y vulnerable criatura que es el ser humano.

En una acción y espacio paralelos a los de la tragedia que se está produciendo en sordina en la habitación de una clínica para moribundos, desfilan personajes que ponen el contrapunto o hacen eco al drama de Santi, gente que lo ignoran sin atender al hecho de que nada más que se encuentra en la misma situación a la que ellos también llegarán más o menos tarde; u otros desheredados de la fortuna, como el extraño vagabundo pobremente atildado que da, en una escena casi onírica, una filosófica lección de estoicismo: “He sido sólo una sombra en la masa. Hubo un tiempo en que me atraían las multitudes porque entre ellas, siendo nadie, era soberano, pero me cansé y anduve errante durante largos años. He dormido en habitaciones solitarias. Ahora soy pobre, más pobre que muchos, pero un día fui algo más rico, no lo echo de menos. Mi infancia ha desaparecido, mi juventud se quedó en el camino. Nada importa: lo que ha ocurrido es porque tenía que ocurrir, lo que sucede me acompaña y me gusta y no le pido nada a lo que viene”.

Aunque el final suma a la amargura de la desaparición del hermano la desazón producida por la actitud mezquina de otros allegados, completando así el cuadro de un triste desencanto del mundo, fogonazos de luz aquí y allá, como el insobornable afecto fraterno, la ternura de la madre o la felicidad procurada por encuentros ocasionales, arrojan rastros de consuelo, y quizá de esperanza, en este claroscuro de inexcusable lectura que nos ofrece José Luna Borge.

En esta novela,  en fin, de marcado corte existencialista, el autor nos sitúa, con el estilo magistral y sobrio al que nos tiene acostumbrados en los cinco tomos de su dietario “Veleta de la curiosidad”, frente a dilemas fundamentales de la vida y, en definitiva, al problema esencial de su sentido.


jueves, 14 de julio de 2016

Una pena en observación, de C. S. Lewis


Una pena en observación
Traducción: Carmen Martín Gaite
Editorial Anagrama
Barcelona, 1994

C. S. Lewis, el autor irlandés de la saga fantástica “Las Crónicas de Narnia” entre otras obras, se casó en 1956 con la poetisa estadounidense Joy Gresham, diecisiete años más joven que él. Lo que en principio fue un matrimonio simplemente aceptado por el escritor para que su amiga pudiese conseguir el permiso de residencia que le había sido negado por el gobierno inglés, lo redescubrieron pronto ambos como un amor apasionado. Tras diagnosticársele a Joy un cáncer de hueso, muere en 1960, dejando a Lewis completamente desolado. Esta historia se ha recreado en la película de Richard Attenborough, “Tierra de penumbras”, que puede verse entrando en este link.
Después de la muerte de su esposa, C. S. Lewis escribe en varios cuadernos las notas que darán origen al libro que comento.
Aunque, al menos en esta edición española, “Una pena en observación” está publicado dentro de una colección de narrativa, no se trata de un texto que pueda enmarcarse dentro de ninguno de los géneros etiquetados como tal. Ni es una novela, ni larga ni corta, ni son cuentos. En caso de querer clasificarlo tendríamos que meterlo bajo el amplio cobijo del ensayo literario. Es, sin embargo, lo de menos a la hora de abordar esta pequeña obra maestra en la que el escritor desnuda su alma herida, con una sinceridad y una maestría equiparables.
Inmerso en el duelo de la pérdida, busca respuestas de manera desgarrada y lúcida a un tiempo, poniendo bajo la lupa de su reflexión a su propio sufrimiento, a la amada desaparecida, a Dios y su silencio.
Si hay que señalar un rasgo sobresaliente de este libro, aparte de su indudable poesía y su profundidad meditativa, es, insisto, su sinceridad sin concesiones a nadie, empezando por el mismo autor. La autocrítica sin masoquismo está presente como un escalpelo que no duda en hendirse a la hora de sacar la verdad a la luz. “Por primera vez he vuelto atrás y he estado leyendo estas notas. Me he quedado horrorizado. Por la forma en que he venido hablando, cualquiera tendría derecho a pensar que lo que más me importa de la muerte de H. son sus efectos sobre mí mismo”(...) “¿Qué clase de amante soy yo, pensando tan sin cesar en mis tribulaciones y tan poco en las de ella?” (…)“Seguramente la fe –creo que será fe- que me permite rezar por los otros muertos me ha parecido fuerte sólo porque no me ha importado en realidad…”. También cuestiona al destino y a Dios y se rebela: “El destino (o lo que quiera que sea) se deleita en crear una gran capacidad para luego frustrarla. Beethoven se quedó sordo. Medido por nuestro rasero, una broma cruel; la sarcástica triquiñuela de un imbécil rencoroso”. Duda, se atormenta por la suerte de su esposa: “Me dicen que H. es ahora feliz, me dicen que descansa en paz. ¿Qué les hace estar tan seguros de esto?”(...)“«Porque ella ahora está en las manos de Dios». Pero si esto fuera así, tendría que haber estado en manos de Dios todo el tiempo, y yo he sido testigo del trato que esas manos le dieron en la tierra. ¿Van a volverse más cariñosas para nosotros justo en el momento en que nos escapamos del cuerpo? ¿Y por qué razón? Si la bondad de Dios no es consecuente con el daño que nos inflige, una de dos: o Dios no es bueno, o no existe; porque en la única vida que nos es dado conocer nos golpea hasta grados inimaginables, nos hace un daño que supera nuestros más negros presagios. Y si Dios es consecuente al hacernos daño, puede seguírnoslo haciendo después de muertos de una forma tan insoportable como antes”. Para darnos cuenta del alcance de estas reflexiones, hemos de considerar que estamos ante un inteligentísimo apologeta del cristianismo, ateo en su juventud. Su encarnizada lucha consigo mismo y con Dios recuerda la pelea de Jacob con el ángel o al Blas de Otero de “Ángel fieramente humano” o “Redoble de conciencia”.
Después de la pugna y, tras poner en solfa la validez del mismo texto que escribe (“¿Por qué le doy cabida en mi mente a tanta basura y bagatela? ¿Acaso espero que disfrazando de pensamiento a mi sentir, voy a sentir menos intensamente? ¿No son todas estas notas las contorsiones sin sentido de un hombre incapaz de aceptar que lo único que podemos hacer con el sufrimiento es aguantarlo?”), tras pasar por las fases de negación, negociación y aceptación tantas veces descritas por psicólogos y tanatólogos, una experiencia casi mística (no sabemos si real o inventada -¿qué es lo real?-) lo conduce a un reencuentro con su mujer. Finalmente, cierra el libro con unas hermosas y esperanzadoras líneas: “¡Qué cruel sería convocar a los muertos caso de que pudiéramos hacerlo! Ella dijo, no dirigiéndose a mí, sino al sacerdote: «Estoy en paz con Dios». Y sonrió. Pero no me sonreía a mí. Poi si tornò all’terna fontana.
“Una pena en observación” es, por un lado, ya lo he dicho, una pequeña joya de la literatura universal. Por otro, un texto altamente recomendable para quienes han perdido a un ser amado, así como para figurar entre las lecturas de psicólogos y tanatólogos. También tiene sus lectores contraindicados. Ni ateos ni fanáticos religiosos deberían aventurarse en sus páginas, pues sólo conseguirán agarrar un cabreo inútil.