El forastero misterioso
Trad: H. M. L. Canova
Editorial Fontamara
Barcelona, 1982
A quien haya leído otras obras de
Mark Twain, como “Las aventuras de Tom Sawyer”, “Las aventuras de Huckleberry
Finn” o “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, por poner tres ejemplos, llenas
de su peculiar e inteligente sentido del humor, le costará trabajo reconocer al
autor en esta novela que le producirá, cuando menos, una sensación de
perplejidad. En la amargura que impregna el relato, amargura que no deja de
estar teñida, al cabo, por un único, ¿y pobre?, consuelo: que todo,
absolutamente todo, no es sino un sueño soñado por lo único que existe, “la
idea” (eso es el yo, esa “idea única”), en esa amargura, digo, no dejaría de
influir la muerte de su hija en 1894. Tras el pesimismo que implica la
narración y la afirmación de que lo que percibimos como realidad, incluyendo
nuestras concepciones de Dios, vida, muerte, etc, no es sino una ilusión
ficticia, no pueden sino llegarnos resonancias de Calderón de la Barca, la
filosofía de Schopenhauer o el concepto hindú de Maya.
Al parecer, la novela sufrió muchas
peripecias editoriales y apareció en diferentes versiones, que el mismo autor
consideraba fallidas o incompletas, hasta publicarse, póstumamente, con
retoques de su biógrafo Albert Bigelow Paine, que respetó, sin embargo, el
espíritu de la obra de Twain.
A finales del siglo dieciséis, tres
niños de un pueblo austriaco se topan con un ángel que comienza a obrar
prodigios y milagros ante ellos. El ángel, con aspecto de chico de, más o
menos, la edad de los niños, y de una gran belleza y magnetismo, se llama
Satán. Pero no es el malvado Satán bíblico sino su sobrino, que no ha pecado,
como su tío y, por tanto, tampoco está bajo la condenación divina. No obstante,
el ángel es un tanto peculiar. Sus intervenciones parecen inmisericordes a los
muchachos y él les explica que eso les pasa porque son incapaces de ver la
realidad tal como es, porque están prisioneros del “sentido moral”, porque
distinguen entre bien y mal, distinción que no existe para los inmortales. El
ángel afirma que él no pretende causar el mal a ningún ser humano. Los seres
humanos le son, sencillamente, indiferentes y le parecen estúpidos. A veces,
los chicos se indignan con tales actitudes y declaraciones. Pero siempre gana
la sensación de plenitud y bienestar que les produce la presencia de Satán. Él
los va instruyendo sobre la vida y el mundo valiéndose de su inconmensurable
poder. No porque los quiera o los aprecie. Sino sencillamente porque le caen
bien. Eso les dice. Así van aprendiendo, por ejemplo, a través de la
contemplación de guerras, explotación del hombre por el hombre, etc, que los
seres humanos, con todo su “sentido moral”, son mucho peores que el resto de
las criaturas, animales que ni tienen “sentido moral” ni hacen el mal jamás por
el gusto de hacerlo.
Tras una serie de disquisiciones
filosóficas de corte, como ya dije, pesimista, el relato culmina y acaba con un
párrafo demoledor: “Es cierto esto que te he revelado; no hay Dios, no hay
universo, no hay raza humana, no hay vida terrenal, no hay cielo, no hay
infierno. Todo es un sueño… Un sueño grotesco y disparatado. Nada existe, salvo
tú. Y tú eres solamente una idea… Una
idea errática, una idea inútil, una idea sin hogar que vaga, desamparada, por
las eternidades vacías!
Se desvaneció y me dejó anonadado,
porque sabía, y comprendía, que todo lo que había dicho era cierto”.
Un Mark Twain, por tanto, sorprendente
y, a ratos, estremecedor el que encontramos en “El forastero misterioso”. Pero magistral,
como siempre. Un libro ante el que no basta asentir o negar sino que incita a
la reflexión. Tras una trama sabiamente urdida, una crítica feroz de la
sociedad y una visión sombría de la existencia y de la humanidad, nos exige pensar
y analizar detenidamente. Una obra fundamental, sin duda, que no es un simple
divertimento literario.
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