Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos
Philip K. Dick 1928 – 1982
Trad: Marcelo Tombetta
Ediciones Minotauro
Barcelona, 2002
Esta biografía, más que por su autor atraerá la atención del
lector y tiene interés por el biografiado, Philip K. Dick, autor, entre otras
novelas de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la obra que dio
origen a la película “Blade Runner”, de Ridley Scott. La vida de este escritor
de ciencia ficción es un continuo desfile de delirios paranoides que el biógrafo
no tiene empacho en subrayar como tales, aunque no deje de hacer algunos guiños
que van en la dirección de la siguiente pregunta: ¿se trata realmente de
paranoia o estamos ante un visionario? O bien: ¿hay diferencia entre ambas
cosas? Lo cierto es que Philip K. Dick deja sobre el tapete en su obra
planteamientos muy inquietantes. En la novela a la que he aludido unas líneas
más arriba, la que fue llevada al cine con el nombre de “Blade Runner”, por
ejemplo, la pregunta, muy directa, atañe a la naturaleza del ser humano: ¿es
sólo una máquina que una vez que deja de funcionar se entierra o se quema? ¿o
hay algo más que trasciende el cuerpo físico, eso a lo que se suele llamar
alma? ¿en que se distingue un ser humano de un robot biónico de tal perfección
que lleva incorporado un programa que le permite, además de pensar y poseer una
conciencia autónoma, tener recuerdos y emociones? Se trata de un problema
filosófico y existencial nada baladí y muy antiguo que pensadores y
científicos suelen despachar con argumentos bioquímicos. Si ellos llevan razón,
no hay diferencia ninguna entre ese hipotético robot que, seguro, los técnicos
conseguirán construir y un ser humano.
A lo largo de su vida, Dick (lleno, por otra parte, de complejos y
problemas de todo tipo) va pariendo y volcando en sus libros toda una serie de
ideas que, finalmente, inducen la de que vivimos en una especie de Matrix, en
una realidad ficticia inventada y diseñada por no se sabe quién, que oculta la
verdadera realidad. Es muy posible que los autores de la saga Matrix se
inspirasen en la obra de Dick para hacer sus películas. En cuanto a esa ocurrencia,
que constituye una de las conclusiones del ideario (si podemos llamarlo así)
del escritor, no deja de trasladarnos inmediatamente al concepto hindú de Maya
(ilusión) o al fondo de la alegoría planteada por Calderón en “La vida es sueño”. Por cierto, en determinados trayectos de su vida, sobre todo en sus últimos años, Philip K. Dick se empapará de diversas lecturas esotéricas, incluyendo textos gnósticos, en busca de un fundamento para sus ideas y experiencias. Las anotaciones derivadas de tal inmersión dará lugar a un corpus (ilegible, al decir de Carrère) de cerca de 8.000 páginas a pesar de inacabado, al que su autor llamó Exégesis.
No se puede negar lucidez, incluso sentido de anticipación,
implícitos en su obra. La base que puede dar verosimilitud a sus “enloquecidas” ideas (tal como la existencia
de mundos o universos paralelos en los que un mismo ser humano podría estar
llevando diferentes existencias ad infinitum) parece estar empezando a tomar
forma con los últimos descubrimientos de la Física Cuántica, al menos a un
nivel subatómico. ¿Y qué diferencia, me pregunto, tendría que haber entre un
nivel subatómico y el macroscópico? ¿Qué diferencia hay en cuanto a
comportamiento entre una partícula de ladrillo, el ladrillo y la casa?
Contemplada, sin embargo, desde el punto de vista del más
elemental “sentido común”, la vida de Philip K. Dick es la aventura de un orate
de libro. Sus aseveraciones serían calificadas como clarísimos delirios paranoicos
hasta por el más ignorante en materia psiquiátrica. Pero, dándole la vuelta a
la tortilla, él (en sus relatos y en sus convicciones vitales) viene a decir: ¿Y
si el mundo real fuese el visto en el delirio paranoico y el visto por los
“normales” fuese mentira, un engaño? Tal postura llevará, sin duda, a cualquier
persona “sensata” (mi entrecomillado sólo intenta indicar mi convicción de que
la sensatez es tan relativa como la locura –ya se sabe el dicho popular: “De
poetas y de locos / todos tenemos un poco”), tal postura llevará, digo, en el
mejor de los casos a un compasivo y expresivo movimiento de cabeza de
significado obvio. Sin embargo, ahí están, sobre el tablero, las disparatadas
teorías/experiencias de este escritor americano que, por lo que cuenta Carrère
en su biografía, debió de ser intratable en muchas de sus facetas personales;
ahí están, insisto, y ahí está también la ciencia que, en sus últimos tiempos,
parece empeñada en darle la razón, si no al pie de la letra, sí en lo
sustancial.
En el peor supuesto, no olvidemos que grandes genios del arte y la
literatura (Van Gogh, Strindberg) vivieron bajo el estigma de la locura.
En última instancia, se trata de un libro de aconsejable lectura,
tanto para los aficionados al género de la ciencia ficción como para los
interesados simplemente en la naturaleza y la peripecia humana.
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