Ampliación del campo de batalla
Trad: Encarna Castejón
Editorial Anagrama
Barcelona, 2005
Lo que arranca con un humor
inteligente e irónico, se va adentrando por terrenos pantanosos en los que la
crítica feroz del sistema se cuece en un caldo de amargura, misoginia y
misantropía que sólo se atempera, aparentemente, ante los personajes más
marginales, como un acto de justicia. Aunque esto no llega a quedar claro. De
hecho, al lector no llega a quedarle claro casi nunca cuándo el narrador está
hablando en serio y cuándo bromea, así sea con bromas vitriólicas, venenosas.
Porque lo que defendió en un momento dado, lo hunde en seguida en el cieno. Así
lo hace con la chica gorda y fea que resulta llamarse, para el colmo de los
sarcasmos, Brigitte Bardot; así también con su desgraciado compañero de trabajo, Tisserand. Cada personaje que aparece es sometido a una cruel y sangrienta, si
es que no también arbitraria, disección. Aparte de, por supuesto, las repetidas
muestras de sexismo y racismo: “Lamentaba
que Tisserand no hubiera matado al negro”. Él mismo se hace objeto de
constantes ideas autodestructivas, a cada paso que va dando, en el hospital, en
el psiquiátrico, hasta llegar al amargo desespero final: “…me duele la piel. Estoy en el ojo del huracán. Siento la piel como
una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de
separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo. No habrá fusión
sublime; he fallado el blanco de la vida. Son las dos de la tarde”. La
lectura de esta novela deja en el lector un sabor depresivo, demoledor, sin que
realmente sepa si se encuentra ante un crítico implacable del estado de cosas
que escupe en lo políticamente correcto o ante declaraciones, fingidas o
reales, de un neurótico, cuya neurosis (eso sí) puede ser resultado del estado
de cosas. ¿Nos encontramos ante un texto pensado para escandalizar y, por
tanto, para vender o ante una crítica implacable del sistema sin respeto a
ninguna idea ni forma y, a veces, ni a la vida misma? Se ha llegado a comparar
a Houellebecq con Celine y, a veces, efectivamente, nos lo recuerda.
Este libro nos deja un sabor
amargo, aunque ignoramos si es una amargura lúcida y necesaria. Y, lo que es
más, no sabemos, insisto, si estamos ante un cínico oportunista o ante un
analista implacable y disolvente. Nada de él había leído antes de esto y,
excepto de oídas, no lo conocía a pesar de todos los revuelos que ha organizado
y que no pueden sino hacerme pensar en campañas de marketing.
Siempre me he preguntado a que se refiere con "fusion sublime". ¿Esta hablando denlos cambios fisicos de la materia?
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