La novela de José Luna Borge la vertebran las
relaciones entre dos hermanos ante la situación límite e irreversible de la
muerte próxima de uno de ellos, Santi, que permanece ingresado en una clínica
para enfermos terminales pasando sus últimos días de vida, en los que lo
acompaña Pepe.
A lo largo de diez jornadas en una Barcelona
que el autor describe con pinceladas certeras y eficaces conducentes a trazar
el marco, el ambiente, oportuno dentro del que se desarrollan los hechos, ambos
protagonistas despliegan un diálogo en el que navegan por y profundizan en temas
vitales, no sólo para quienes afrontan situaciones límites como la que embarga
a Santiago, sino para todos los seres humanos. Pues todos, a fin de cuentas (y
así se nos da a entender entrelíneas) acabaremos afectados por ellas.
En sus conversaciones, teñidas de la angustia
y la amargura inevitables, pero también de una ternura que las redime en lo
posible, analizan temas tan serios en la condición humana como la amistad y la
familia, la lealtad o la traición, la culpa, la fugacidad de la dicha, la soledad,
el desamparo ante la muerte y su enigma o la naturaleza libre o fatal de las
elecciones que conducen nuestra vida.
Con planteamientos alejados de todo
maniqueísmo, tal las pasiones opuestas que se alojan dentro de un mismo
personaje (así en el caso de la codicia que acompaña a la generosidad de Paco),
el relato, más allá de juzgar los
comportamientos, pretende comprender el enigma de los sentimientos, del gozo o
el dolor, del amor o el desapego, incluso el odio, que embargan, a lo largo de
su ciego periplo, a esa desprotegida y vulnerable criatura que es el ser
humano.
En una acción y espacio paralelos a los de la
tragedia que se está produciendo en sordina en la habitación de una clínica
para moribundos, desfilan personajes que ponen el contrapunto o hacen eco al
drama de Santi, gente que lo ignoran sin atender al hecho de que nada más que
se encuentra en la misma situación a la que ellos también llegarán más o menos
tarde; u otros desheredados de la fortuna, como el extraño vagabundo pobremente
atildado que da, en una escena casi onírica, una filosófica lección de
estoicismo: “He sido sólo una sombra en la masa. Hubo un tiempo en que me
atraían las multitudes porque entre ellas, siendo nadie, era soberano, pero me
cansé y anduve errante durante largos años. He dormido en habitaciones
solitarias. Ahora soy pobre, más pobre que muchos, pero un día fui algo más
rico, no lo echo de menos. Mi infancia ha desaparecido, mi juventud se quedó en
el camino. Nada importa: lo que ha ocurrido es porque tenía que ocurrir, lo que
sucede me acompaña y me gusta y no le pido nada a lo que viene”.
Aunque el final suma a la amargura de la
desaparición del hermano la desazón producida por la actitud mezquina de otros
allegados, completando así el cuadro de un triste desencanto del mundo,
fogonazos de luz aquí y allá, como el insobornable afecto fraterno, la ternura
de la madre o la felicidad procurada por encuentros ocasionales, arrojan
rastros de consuelo, y quizá de esperanza, en este claroscuro de inexcusable
lectura que nos ofrece José Luna Borge.
En esta novela, en fin, de marcado corte existencialista, el
autor nos sitúa, con el estilo magistral y sobrio al que nos tiene
acostumbrados en los cinco tomos de su dietario “Veleta de la curiosidad”, frente
a dilemas fundamentales de la vida y, en definitiva, al problema esencial de su
sentido.
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