Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

martes, 28 de septiembre de 2021

EL HOMBRE QUE YA NO TENÍA NADA QUE HACER, de Peter Bichsel

EL HOMBRE QUE YA NO TENÍA NADA QUE HACER
Peter Bichsel
Traducción: José A. Santiago Tagle
Ilustraciones y cubierta: Alfonso Ruano
Ediciones SM
Madrid, 1992

Leí este libro por primera vez cuando tenía veintiún años, allá por 1973, pero bajo el título de “Cosa de niños”, más cercano al original alemán “Kindergeschichten”, que significa algo así como “Historias de niños”. Con posterioridad, lo he visto publicado un par de veces más al menos, llamado de distintas maneras; una, esta que presento aquí y otra, en la que se le denominó “Una mesa es una mesa”, ambas toman el nombre del tomo de alguno de los cuentos que lo integran. Todas las ediciones están conformadas por los mismos siete relatos, unos relatos en los que el juego con los conceptos, con el lenguaje, y la subversión de la idea consuetudinaria de la realidad, son la clave de un originalísimo humor que destila una filosofía inductora de un asombro muy parecido al de la infancia que se sumerge en el mundo por primera vez con una sensibilidad virgen.

¿Qué dirían de un hombre que quiere comprobar que la tierra es realmente redonda caminando siempre en línea recta hasta encontrarse nuevamente en el mismo lugar del que ha partido? ¿O de otro que decide cambiarle el nombre a todas las cosas y llamar a la mesa, vaso, al vaso caballo, al caballo, planeta…? ¿Y si resultara que América, en realidad, no existe? ¿Qué pensarían de un inventor que inventa cosas que ya están inventadas? ¿Puede alguien llegar a no querer saber nada y olvidarlo todo voluntariamente? De semejantes supuestos parte Peter Bichsel y desde ellos va construyendo delirantes historias que no dejarán de maravillarnos, asombrarnos, hacernos reír y hacernos pensar.

Es una de esas obras que (como, por ejemplo, “El Principito”) están consideradas infantiles y que no lo  son en modo alguno.  Aunque, naturalmente, puede ser leída por un niño, su profundidad y la inteligencia de su humor, la sitúan en el  territorio de un público  lector más universal.

Si, por alguna razón, la vida llegase a implicarme en algún “donoso escrutinio” similar al que hacen el cura y el barbero en la librería del Quijote, sin duda alguna que, de encontrarse en los anaqueles, este del que aquí he hablado sería uno de los libros que salvaría.




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