EL HOMBRE QUE YA NO TENÍA NADA QUE HACER
Peter Bichsel
Traducción: José A. Santiago Tagle
Ilustraciones y cubierta: Alfonso Ruano
Ediciones SM
Madrid, 1992
Leí
este libro por primera vez cuando tenía veintiún años, allá por 1973, pero bajo
el título de “Cosa de niños”, más cercano al original alemán
“Kindergeschichten”, que significa algo así como “Historias de niños”. Con
posterioridad, lo he visto publicado un par de veces más al menos, llamado de
distintas maneras; una, esta que presento aquí y otra, en la que se le denominó
“Una mesa es una mesa”, ambas toman el nombre del tomo de alguno de los cuentos
que lo integran. Todas las ediciones están conformadas por los mismos siete relatos, unos
relatos en los que el juego con los conceptos, con el lenguaje, y la subversión
de la idea consuetudinaria de la realidad, son la clave de un originalísimo
humor que destila una filosofía inductora de un asombro muy parecido al de la
infancia que se sumerge en el mundo por primera vez con una sensibilidad
virgen.
¿Qué
dirían de un hombre que quiere comprobar que la tierra es realmente redonda
caminando siempre en línea recta hasta encontrarse nuevamente en el mismo lugar
del que ha partido? ¿O de otro que decide cambiarle el nombre a todas las cosas
y llamar a la mesa, vaso, al vaso caballo, al caballo, planeta…? ¿Y si
resultara que América, en realidad, no existe? ¿Qué pensarían de un inventor
que inventa cosas que ya están inventadas? ¿Puede alguien llegar a no querer
saber nada y olvidarlo todo voluntariamente? De semejantes supuestos parte
Peter Bichsel y desde ellos va construyendo delirantes historias que no dejarán
de maravillarnos, asombrarnos, hacernos reír y hacernos pensar.
Es
una de esas obras que (como, por ejemplo, “El Principito”) están consideradas infantiles
y que no lo son en modo alguno. Aunque, naturalmente, puede ser leída por un
niño, su profundidad y la inteligencia de su humor, la sitúan en el territorio de un público lector más universal.
Si,
por alguna razón, la vida llegase a implicarme en algún “donoso escrutinio”
similar al que hacen el cura y el barbero en la librería del Quijote, sin duda
alguna que, de encontrarse en los anaqueles, este del que aquí he hablado sería
uno de los libros que salvaría.