Fantasmas
Trad: Maribel De Juan
Editorial Anagrama
Barcelona, 1997
Como en las otras dos
novelas que conforman, con ésta, la “Trilogía de Nueva York”, “La
habitación cerrada” y “Ciudad
de cristal”, Paul Auster aborda en “Fantasmas” el tema de la identidad. En
esta ocasión, de una manera especular que hace previsibles los acontecimientos
casi desde el principio. Esto, curiosamente, no le resta interés a la narración
sino que, paradójicamente, impele al lector a seguir leyendo en busca de la
clave que confirme o refute sus sospechas. Aunque el relato resulte un tanto
plano, el dominio del oficio permite al autor salir airoso de su cometido. No
es fácil captar la atención del lector con una pieza sin principio ni final.
Prácticamente, no sabemos nada del origen de la trama ni de los personajes ni
la historia acaba de resolver el enigma. Es decir, ni tiene un comienzo
propiamente dicho, ni un nudo ni un desenlace. No es lineal. Tampoco arranca “in medias res” ni “in extremis”. En
esta indefinición, ciertamente fantasmal, reside precisamente, creo, su interés,
su dificultad y su mérito.
La trama es sencilla.
Toda la complejidad deriva del juego de espejos confrontados que va
desarrollando el texto. Blanco encarga a Azul, detective discípulo de Castaño,
que vigile a Negro (no se sabe ni se sabrá para qué), para lo que le facilita
un apartamento frente al de éste, y que le envíe periódicamente informes
escritos de todo lo que observe. Ya está. El germen de lo que, a partir de esa
situación, va a ocurrir, se sugiere en un párrafo casi al comienzo. Azul vigila
a Negro. “De vez en cuando Negro hace una
pausa en su trabajo y mira por la ventana. En un momento dado Azul cree que le
está mirando directamente a él y se retira”. En lo que se refiere a los
nombres de los personajes, todos de colores excepto cuando son ficciones dentro
de la ficción, al margen de que los apellidos con nombres de color son muy
comunes en la lengua inglesa, el asunto tiene, sin duda, su vertiente simbólica
que enriquece y matiza la lectura, toda vez que, por ejemplo y según Schneider
citado por Cirlot, “El azul, entre el
blanco y el negro (día y noche) indica un equilibrio…”. Pero, por otra
parte, el azul se asimila al negro, se identifican. Etcétera.
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