El país de los ciegos
Trad: Javier Calvo
Editorial Acantilado
Barcelona, 2004
Igual que en otras
de sus obras (“La máquina del tiempo”, por ejemplo), H. G. Wells aborda en este
relato el tema de la distopía, de manera alegórica y, como es frecuente en él,
situándose, más o menos, dentro del género de la literatura fantástica.
En las primeras
páginas, se cuenta el pretendido origen de una leyenda que habla de un valle
aislado en el que todos son ciegos. El personaje central, Núñez, un montañero
que llega hasta el lugar accidentalmente, relaciona el sitio con el refrán “En
el país de los ciegos el tuerto es el rey”. No tardará en darse cuenta de lo
erróneo de tal dicho. Si bien al principio siente una cierta conmiseración por
los pobres ciegos, la testaruda e inamovible visión (o, mejor, no visión) de la
realidad en que estos se mantienen, con prepotencia y desprecio hacia ese
recién llegado que pronuncia palabras “inexistentes” y “absurdas”, como “ver” o
“color”, lo inclinará a cambiar de actitud y a que sus deseos de ayudarlos se
tornen en una voluntad de dominación que, dada su ventaja visual, presume
sumamente fácil. No sólo no será así sino que, tras una historia de amor que
está a punto de culminar de una macabra manera (desde el punto de vista de
nuestros valores), se ve obligado a huir del legendario valle.
El relato es una
crítica de la ignorancia y del desprecio de la lucidez de que la sociedad hace
frecuentemente gala, aplicable a muchos niveles existenciales.
Su defecto, aunque
tal vez esto no sea más que una apreciación personal, radica en su naturaleza
alegórica. Creo que la alegoría, susceptible sólo de una lectura rígida,
unívoca, esclerotizada, no es sino una degradación del símbolo, dinámico, vivo,
y de interpretación múltiple. Y eso es lo que empobrece esta narración de
Wells, tan brillante y profundo en otras ocasiones, como en “La
puerta en el muro”, que ya
tuve ocasión de comentar.
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