Una investigación filosófica
Trad: Mauricio Bach
Editorial Anagrama
Barcelona, 2015
Philip Kerr construye una parodia
de la ya paródica obra de Thomas de Quincey “El asesinato considerado como
una de las Bellas Artes” al filo de la lógica
de Wittgenstein,
que se esfuerza en dar fundamento a los crímenes sin motivo o “tipo Hollywood”,
como los denominan esos polis británicos del año 2013, aunque ya pasado,
futurista porque la novela está publicada en 1992. Que el futuro profetizado no
acierte mucho en su profecía, en cuanto a ambiente, tipo de sociedad, etc, es
lo de menos. El relato es entretenido y los diversos referentes culturales utilizados
en el desarrollo de la trama y la elaboración del contexto, son barajados
hábilmente y, de paso, el autor juega a depositar en la mente del lector, al
igual que sucede en la humorística obra de De Quincey aludida, deletéreas
ambigüedades éticas culminadas por una simpática guinda: ¿Dónde se ha visto que
una inteligentísima y guapísima inspectora jefe (de un feminismo de raíces
freudianas) se enamore del, igualmente inteligentísimo, asesino? Enclitofilia
muy peculiar (toda vez que se manifiesta en una policía) que se produce
paulatinamente a lo largo del enfrentamiento dialéctico (y como consecuencia de
éste) con el homicida que le supone a Jake, la inspectora, su persecución.
La altura intelectual de los
personajes, desde el criminal en serie (el principal, porque hay dos), pasando
por alguna de las víctimas que tenemos ocasión de conocer, un asesor filosófico
(sic) de Scotland Yard, hasta un poli chino genio de la informática o la misma
inspectora Jakowicz, no es lo más común en las novelas del género policíaco. Y
eso le da otro sesgo que contribuye a su originalidad. Además, las constantes
alusiones a temas filosóficos y literarios obligan a quien quiera hacer una
lectura rica del texto a conocer a los autores que se mencionan, Wittgenstein,
Bertrand Russell, Platón, etc y lo fundamental de su obra. Aunque no es
imprescindible, el nivel de lectura será diferente sin noticia de todo esto.
Una buena novela para un fin de
semana nublado y depresivo. Incluye postrera concesión al sentimentalismo que
puede ser una buena coartada para llorar por nuestra depresión culpando del
llanto a la lectura: “Jake esperó a que retirasen las cámaras de televisión
antes de acercarse para ver en la pantalla del cajón lo que estaba tecleando el
técnico. Era el epitafio de Esterhazy. Reconoció los versos de La tierra baldía, los que seguían a la
aparición de la chica de los jacintos.
Tus
brazos llenos y tu pelo mojado, no podía
hablar
y me fallaban los ojos, no estaba ni
vivo
ni muerto, ni sabía nada,
mirando
en el corazón de la luz, el silencio.
Oed’
und leer das Meer.
Jake se secó una
lágrima, recogió el jacinto y salió a la luz del sol”.
Y, finalmente, una
auténtica sorpresa en un brevísimo colofón de seis líneas en la última página,
que va contra toda lógica porque no puede haber sido escrito por quien ha sido
escrito y dota al relato de una dimensión mística y epifánica, la misma que ha
tardado en ser descubierta en la obra de Wittgenstein y en la que algunos,
quedándose en la superficie, aún no han reparado.
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