La puerta en el muro
Trad: R. Vilagrassa
Editorial Acantilado
Barcelona, 2003
Difícil es encontrar este pequeño
relato mencionado entre las principales obras del autor, a pesar de que se
trata de una de las mejores, por encima de “La máquina del tiempo”, “La guerra
de los mundos” o “El hombre invisible”, si no la mejor. Lo leí por primera vez
en su versión original en inglés, “The door in the wall”, encabezando otros
cuentos de H.G. Wells en un tomo publicado por Penguin Books. No hace muchos
días que conseguí esta edición en castellano. Y tanto entonces, hace unos
cuarenta años, como ahora, la narración me ha parecido genial, una rara joya
literaria llena de fuerza poética y con un sutil poder de evocación.
Lionel Wallace encuentra, en su infancia,
una puerta verde en un muro. Tras dudarlo mucho, la abre, entra y se ve inmerso
en un mundo aparte, fascinante, en el que todo es felicidad y maravilla. El
resto de su vida estará marcado por la añoranza de aquel lugar, con cuya
entrada se topará varias veces, rechazándola siempre, urgido por cuestiones prácticas:
conseguir una beca, una cita amorosa, el poder político… Pero, a pesar de estos
tropiezos, el recuerdo de aquel paraíso y la tristeza por su ausencia nunca lo abandonarán. El final, que cada
cual interpretará en función de su westalchaung, será demoledor y aleccionador
para unos (en burda exégesis
positivista) y luminoso y enigmático para otros. Y, admitan o no su validez, todos podrán reconocer en "La puerta en el muro" la idea gnóstica de la nostalgia del ser humano por el lugar
ultraterreno del que procede y por la condición desde la que ha caído, idea
presente en tantos textos tradicionales, como “El
himno de la perla”, por ejemplo, o la obra de Platón. Véase en el Fedro: “Cuando un hombre apercibe las bellezas de
este mundo y recuerda la belleza verdadera, su alma toma alas y desea volar;
pero sintiendo su impotencia, levanta, como el pájaro, sus miradas al cielo,
desprecia las ocupaciones de este mundo…”.