Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

jueves, 11 de junio de 2015

Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski























Crimen y castigo
Trad: José Fernández
Editorial Juventud
Barcelona, 1995

En la Rusia zarista inmersa en la miseria que sería el caldo de cultivo de la revolución bolchevique, arrojado por las circunstancias a esa misma pobreza extrema de la que es testigo, influido por las ideas nihilistas tan de moda entonces y allí, el joven estudiante Raskolnikof, sumido en un continuo estado febril y delirante, va decidiendo (y lo pongo en este tiempo verbal porque lo hace poco a poco, tropezando a cada momento con dudas sobre la conveniencia y lo correcto de tal acción) matar a una vieja usurera con el objeto, al menos aparente, de robarle para resolver sus problemas económicos.
Perpetrado el crimen, en el que cae también una segunda víctima que su autor no tenía prevista, Raskolnikof se abisma en un tormento mental y anímico compuesto por remordimientos, miedo, ideas paranoicas, autoindulgencia basada en una supuesta superioridad (de la que no acaba de estar convencido) que está en la base de su delirio, sentimientos que se van alternando a lo largo de la novela y creando, junto a sus otros componentes, un ambiente denso, sofocante, de auténtica pesadilla a veces.
Estamos, nadie lo duda, ante una de las obras maestras de la literatura universal. Aunque la estructura del relato no es, ciertamente, innovadora, sí lo son los retratos de los personajes y la tesis propuesta.
Exceptuando a unos cuantos integrantes del plantel de la narración (como Lisbeth –la hermana de la usurera-, que cae por accidente en el asesinato, o Sonia, la dulce Sonetchka), casi ninguno es bueno ni malo. Esta ambigüedad moral, que no puede sino recordarme a Robert Louis Stevenson y a sus héroes Jekill y Hide o a John Long Silver en “La isla del tesoro”, pueden calar en el lector hasta el punto de apelar a su sentido crítico y de tolerancia (citando la frase evangélica: “El que esté libre de pecado…”). Están, efectivamente, muchos de los personajes de “Crimen y castigo” (también los de gran parte de su obra) dibujados con la técnica del claroscuro. Si son capaces de verdaderas atrocidades, también lo son de acciones generosas, heroicas a veces, piadosas. Y en ese mismo sentido se dirige la tesis del relato. El bien y el mal quedan difuminados en medio de la miseria y las pasiones humanas. Parece no haber salida para este dilema. Parece que el nihilismo se llevará el gato al agua. Pero no. En medio de esa desesperación, de ese dolor insufrible de la ambivalencia, Sonetchka, acusada cruelmente de pecadora por muchos de los que la rodean, representante en realidad del amor más puro, verdadero ángel luminoso, salva a Raskolnikof y a sus compañeros de prisión (“…tú eres nuestra tierna y protectora madrecita”, le dicen) de la desesperación, del horror; y a los lectores del que habría podido ser un triste final. “Crimen y castigo” es una novela que acaba bien; que, a pesar de su atmósfera de pesadilla (que no hace sino retratar nuestro mundo) nos arroja un aliento de esperanza, no nos hunde irremisiblemente en su cieno. Al terminarla, podría perfectamente ocurrírsenos aquel dicho popular, “Dios aprieta pero no ahoga”. Yo no sé. Me gustaría creerlo pero no sé. En cualquier caso, todo aquel (o aquella) que no lo halla hecho, debería leer esta novela. Imprescindible.

sábado, 25 de abril de 2015

La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares




















Alianza Editorial
Madrid, 1999

Siendo muy joven, leí “La invención de Morel”, de Adolfo Bioy Casares. Me fascinó. De ella dice Jorge Luis Borges: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”. Perfecta es. Y el final, alucinante. Poco después, encontré otros libros de relatos suyos, como “Diario de la guerra del cerdo” o “El héroe de las mujeres”. Me decepcionaron y abandoné la lectura de este autor. Hace poco, casualmente (estaba perdido en el Campo de Agramante que constituye mi biblioteca), apareció un libro de relatos de Bioy, “La trama celeste”. Tal vez lo compró mi hijo.
Comencé a leerlo con recelo. No confiaba en ese autor que me entusiasmó con su fábula de una máquina que creaba sueños capaces de enamorar hasta atrapar y que luego me frustró con cuentos que me aburrían.
El libro que hoy comento está integrado por seis narraciones de extensión desigual pero hilvanadas por el maridaje entre lo que llamamos realidad y lo fantástico. Digamos, intentando explicarnos mejor, que lo maravilloso se encastra en el mundo cotidiano, de manera parecida a como ocurre con la narrativa de Borges, adquiriendo, lo que realza la ficción, unos visos de verosimilitud que hacen que los cuentos sean más inquietantes. Es cierto que el primero, “En memoria de Paulina”, culmina con la inesperada aparición de un fantasma. Sería de los más convencionales. “De los reyes futuros”, el segundo, mantiene la intriga hasta el final, planteando una situación perfectamente factible con matices, y nos recuerda (y aterroriza más que aquel) el relato de H.G. Wells, “La isla del doctor Moreau”. Pero, aunque en este resuenen tanto las teorías de la evolución darwiniana como los proyectos prometeicos de Frankenstein, los dos títulos en los que determinadas tesis científicas se hacen más presentes son “La trama celeste” (que da título al volumen) y “El otro laberinto”. En ambos, el telón de fondo lo constituyen muy discutidas y controvertidas conclusiones de la Física Cuántica. En el primero, la teoría de los infinitos mundos paralelos en el que cada uno de nosotros llevaría una existencia con variables. Es, desde el punto de vista literario, el mejor, a mi juicio: de texto hermosamente trabado y amena lectura, nos lleva de sorpresa en sorpresa. “El otro laberinto”, que se centra en el tema (también cuántico) de la simultaneidad del tiempo (es decir, su inexistencia), es eso: un farragoso laberinto fatigoso de descifrar, al igual que el último, “El perjurio de la nieve”.

No se trata de un libro redondo, por lo tanto. Pero sus numerosos aciertos hacen aconsejable su lectura.

jueves, 5 de febrero de 2015

Ciudad de cristal, de Paul Auster


Ciudad de cristal
Trad: Maribel de Juan
Editorial Anagrama
Barcelona, 1985

¿Una novela de detectives? No. Mucho más. El genial Auster juega, como en la última entrega de esta “Trilogía de Nueva York” (esta es la primera), “La habitación cerrada”, que ya comenté, con el concepto de identidad. De él parte y lo utiliza a lo largo de todo el relato. Un escritor al que la vida ha arrebatado cruelmente a su mujer y a su hijo (han muerto) decide dejar de escribir cosas serias y dedicarse a las novelas de misterio, pues lo único que sabe hacer es escribir. Pero bajo un seudónimo. No quiere figurar, no quiere aparecer. Vive una vida solitaria y desordenada, subsistiendo apenas con el dinero que le reportan sus novelas de detectives. Un día, recibe una llamada de teléfono. ¿Equivocada? Eso nunca lo sabrá el lector. Y es uno de los aspectos que me encantan de Auster. Deja sus relatos flotando en el misterio. La narración se desarrolla entre peripecias inesperadas. Hay algún párrafo, como la exposición de las ideas de Stillman (padre), que resulta un poco pesado aunque perfectamente documentado. Sin embargo, hay otros pasajes, como el monólogo de Stillman (hijo), enloquecido,o la descripción del recorrido del personaje central por la ciudad de Nueva York con todos sus personajes marginales y sus implicaciones filosóficas y sociológicas, que son sencillamente geniales. Es preciso leer a Auster. Es uno de los genios de nuestros tiempos, junto a Baricco, por ejemplo. O a Murakami.
La novela es enrevesada pero fácil de leer, como debe serlo toda novela genial. Como El Quijote, por ejemplo. Al que, por cierto, Auster hace una larga alusión en esta “Ciudad de Cristal”.
Los juegos narrativos y literarios son muchos en el texto (por ejemplo, la introducción como personaje del mismo autor, Paul Auster, en la trama. Como en un guiño a lo que solía hacer Hitchcock en sus películas).
No faltan sus habituales elementos metafísicos y ontológicos, que entusiasmarán a algunos y aburrirán a otros.
Tras toda una novela escrita en tercera persona, el punto de vista cambia bruscamente al final a la primera persona. El narrador acaba de regresar de África y remata la historia. Paul Auster, su amigo, el autor, queda al margen y malparado. Un maestro. Sin duda.

sábado, 31 de enero de 2015

Diario de un niño tonto, de Tono


Temas de Hoy Ed.
Madrid, 1998

Creo que la literatura de humor ha sido considerada, en general, injustamente como un género menor. Es mucho más difícil hacer reír que emocionar o hacer llorar. Y además es terapéutico. Guareschi o Wodehouse, incluso el Goscinny de los desternillantes libros de “Le petit Nicolas”, por no hablar de Peter Bischel, nunca deben ser apartados al cajón de los autores “chicos”.
En España tenemos magníficos escritores del género humorístico. Entre ellos, los de la llamada “La otra Generación del 27”, largo tiempo marginados con la llegada de la democracia a causa de concepciones estólidas de tipo político que suelen confundir el tocino con la velocidad. Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Muñoz Seca… son magníficos creadores. Quien haya sido capaz de reprimir la risa con “La venganza de Don Mendo” que levante la mano. Y en esa categoría está Tono (seudónimo de Antonio de Lara), autor de este “Diario de un niño tonto” (publicado póstumamente) que hoy comento.
Se trata de una serie de 63 brevísimos capítulos en los que el narrador, un niño, va exponiendo su visión del mundo, de la sociedad, desde la óptica de una lógica infantil, con frecuencia más coherente que la adulta, que siempre nos hace sonreír y, por momentos, partirnos de risa. A pesar de que la acción se desarrolla en una España de postguerra y, por tanto, hay datos y detalles desfasados, el libro no ha perdido su capacidad hilarante. En el lenguaje y las situaciones planteadas, en la misma estructura textual, no puede dejar de percibirse la influencia del surrealismo, movimiento al que el autor estuvo cercano y por lo que encontraremos resonancias de él en otros humoristas, como Gila, Tip y Coll o Pedro Reyes. Como muestra, un botón. El inicio: “Hoy estoy bastante contento porque he nacido. Confieso que ya tenía bastantes ganas de nacer, pues mientras no se nace, no se es nada, y yo soy una persona con muchas aspiraciones.
Han venido a verme varias señoras y han dicho cosas de mi nariz, y de mis ojos y de mi pelo. Según una gorda de luto, tengo la nariz de mi padre, los ojos de mi madre y la boca de mi tía Catata. Por lo visto no tengo nada mío. ¡Mal empieza esto!
Después de lavarme, cosa que me ha molestado bastante, y que no me explico, pues todavía no me he revolcado por el suelo, me han rebozado con unos polvos blancos que parecen harina, y he temido que fueran a freírme. Pero, afortunadamente, no me han frito y sigo tan crudo como el primer día”.
En fin. Espero haber animado a los visitantes del blog a leer textos de humor, como éste u otros similares. O, a falta de ellos, como me decía ayer un amigo, los periódicos del día. ¡Buenas risas!

miércoles, 28 de enero de 2015

La habitación cerrada, de Paul Auster


La habitación cerrada
Trad: Maribel de Juan
Editorial Anagrama
Barcelona, 1997

Hay libros que podríamos calificar de entretenidos sin más, otros de sesudos o complejos, difíciles formal y/o conceptualmente. Muchos entran en la categoría de auténticos bodrios por más éxito comercial que tengan. Sólo una pequeña parte de las obras que han caído en mis manos merecen, a mi juicio, el adjetivo de fascinantes. La que en esta ocasión me ocupa pertenece a este último grupo.
Se trata de “La habitación cerrada”, última novela de “La trilogía de Nueva York”, precedida por “Ciudad de cristal” y “Fantasmas”, textos a los que alude el narrador en esta tercera, en guiño intertextual que no es el único.
El relato, que podría ser incluido dentro del género que se ha dado en llamar “thriller”, no es solamente eso. Ahonda en la dimensión ontológica del ser humano y metaforiza brillantemente sobre su identidad.
A pesar de que está dividido en nueve breves capítulos (esta edición tiene 143 páginas), podría decirse que lo conforman tres partes claramente diferenciadas: Una primera parte que viene a ser una historia de iniciación de la infancia a la adolescencia, una segunda parte en la que uno de los personajes convierte a su amigo, dado por muerto, en famoso escritor y una tercera, llena de pasajes alucinantes, casi oníricos, enloquecidos a veces, que consiste en una persecución detectivesca. No daré más detalles porque la narración lleva al lector de sorpresa en sorpresa y está llena de giros inesperados que destriparía si describiese más pormenorizadamente la trama.
Solo afirmaré que, sin duda alguna, es una novela de inexcusable lectura, que enganchará desde el principio a quien la aborde y le dejará la necesidad (como ha sido mi caso) de leer los otros dos tomos de la trilogía, así como el resto de la obra de Auster.