Ciudad de cristal
Trad: Maribel de Juan
Editorial Anagrama
Barcelona, 1985
¿Una novela de detectives? No. Mucho
más. El genial Auster juega, como en la última entrega de esta “Trilogía de
Nueva York” (esta es la primera), “La habitación cerrada”, que ya comenté, con el concepto de identidad. De él parte y lo utiliza a lo largo de todo el
relato. Un escritor al que la vida ha arrebatado cruelmente a su mujer y a su
hijo (han muerto) decide dejar de escribir cosas serias y dedicarse a las
novelas de misterio, pues lo único que sabe hacer es escribir. Pero bajo un
seudónimo. No quiere figurar, no quiere aparecer. Vive una vida solitaria y
desordenada, subsistiendo apenas con el dinero que le reportan sus novelas de
detectives. Un día, recibe una llamada de teléfono. ¿Equivocada? Eso nunca lo
sabrá el lector. Y es uno de los aspectos que me encantan de Auster. Deja sus
relatos flotando en el misterio. La narración se desarrolla entre peripecias
inesperadas. Hay algún párrafo, como la exposición de las ideas de Stillman
(padre), que resulta un poco pesado aunque perfectamente documentado. Sin
embargo, hay otros pasajes, como el monólogo de Stillman (hijo), enloquecido,o
la descripción del recorrido del personaje central por la ciudad de Nueva York
con todos sus personajes marginales y sus implicaciones filosóficas y
sociológicas, que son sencillamente geniales. Es preciso leer a Auster. Es uno
de los genios de nuestros tiempos, junto a Baricco, por ejemplo. O a Murakami.
La novela es enrevesada pero fácil
de leer, como debe serlo toda novela genial. Como El Quijote, por ejemplo. Al
que, por cierto, Auster hace una larga alusión en esta “Ciudad de Cristal”.
Los juegos narrativos y literarios
son muchos en el texto (por ejemplo, la introducción como personaje del mismo
autor, Paul Auster, en la trama. Como en un guiño a lo que solía hacer Hitchcock
en sus películas).
No faltan sus habituales elementos
metafísicos y ontológicos, que entusiasmarán a algunos y aburrirán a otros.
Tras toda una novela escrita en
tercera persona, el punto de vista cambia bruscamente al final a la primera persona.
El narrador acaba de regresar de África y remata la historia. Paul Auster, su
amigo, el autor, queda al margen y malparado. Un maestro. Sin duda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta aquí. Expón tu parecer sobre la entrada.