Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

lunes, 6 de enero de 2014

Al sur de la frontera, al oeste del sol, de Haruki Murakami


Al sur de la frontera, al oeste del sol
Trad: Lourdes Porta
Tusquets Editores
México, D.F. 2013

De alguna manera, me pasa lo mismo que al personaje central de este libro:
“-¿Ya no lees novelas?
-Sí, claro que sí. Pero no tanto como antes. Apenas conozco las modernas. Sólo leo novelas antiguas. La mayor parte del siglo XIX. También releo muchos libros que había leído hace tiempo.
-¿Y por qué no lees novelas modernas?
-Tal vez sea porque no me gusta que me defrauden. Cuando leo un libro malo, tengo la sensación de haber malgastado el tiempo. Y eso me decepciona. Antes no me sucedía. Disponía de mucho tiempo y, aunque pensara: «¡Vaya tontería que acabo de leer!», siempre tenía la impresión de que algo habría sacado de allí. Dentro de lo que cabía, claro. Pero ahora no. Sólo pienso que he perdido el tiempo. Quizá tenga que ver con hacerse viejo”.
Eso, más o menos, me ocurre a mí. Por eso, es muy raro que lea autores contemporáneos. Los pocos con los que lo he intentado, a veces superando fundados prejuicios (y vale la aparente contradicción), como la suposición de la más que dudosa calidad de los best sellers, he acabado defraudado. Muy recientes Premios Nobel me han resultado insustanciales, soporíferos y malo/as escritores/as. Ha habido en todo esto alguna excepción, como Alessandro Baricco, que descubrí casualmente por la recomendación de una amiga. Desde que leí “Océano mar” no pude parar hasta tragarme casi toda su obra. Y aún me falta algún que otro libro suyo que leeré a la menor brevedad posible. Lo que me pasó con Baricco lleva camino de repetirse con Haruki Murakami. No había leído nada de él. Lo que me ha hecho acercarme a su obra no ha sido, en esta ocasión, la recomendación de nadie sino algo perteneciente a una esfera muy personal, muy íntima, que no viene a cuento comentar aquí.
Si tuviera que resumir el alma de esta novela en uno de sus párrafos, me quedaría con el siguiente: “«Todo se va deprisa», pensé. Algunas cosas desaparecen de repente como si las hubieran cortado. Otras se van difuminando despacio antes de borrarse definitivamente. «Y lo único que queda es el desierto»”. Esta idea, este “tempus fugit” que resultará pesimista a muchos, que sin duda tiene todas las trazas de serlo y que cruza todo el relato, está sin embargo impregnado de una indudable poesía, no del mismo tipo que la que envuelve, con sus aires trascendentes, las geniales “Coplas por la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, pero sí muy similar, casi prima hermana de aquella y, por supuesto, más acorde con la sensibilidad de nuestra época, como es natural.
“Al sur de la frontera, al oeste del sol”, cuyo título está parcialmente tomado de el de la canción “South of the border”, no hace sólo esta alusión musical del título. El relato está recorrido por diferentes piezas, de músicos clásicos como Mozart, Rossini o Grieg, pero sobre todo de jazz (The Star-Crossed Lovers, de Duke Ellington, Embraceable you, de Charlie Parker o Pretend, de Nat King Cole) que, además de aportar a la ambientación, tienen en cada caso un significado simbólico que contribuye de manera importante a la narratividad. Otros “homenajes” (por llamarlos como se ha dado en hacer) salen a nuestro encuentro. Por ejemplo, el protagonista, Hajime, que es dueño de un “jazz bar” aparece reiteradamente acodado en la barra tomando un cocktail. Los músicos tocan, cada vez que él está, una pieza que saben que le gusta mucho. Un día, aparece por allí, después de años sin verla, una mujer de la que estuvo y sigue estando enamorado. Todos estos detalles remiten, mucho antes de que se evidencie, al lector avispado, a la película Casablanca, al Bar de Rick. La sospecha se convertirá en certeza en la página 256 (de mi edición, claro), donde Murakami recrea en una graciosa réplica un contrapunto de la mítica escena entre Humphrey Bogart (Rick) y Dooley Wilson (Sam).
La novela está maravillosamente tejida y todos sus elementos –espacio, tiempo, acción...- eficazmente utilizados. Rezuma, sí, tristeza por sus doscientas sesenta y seis páginas. Pero no una tristeza gratuita ni morbosa, sino imposible de eludir en la historia que cuenta de una forma honesta, tan honesta como lo es a carta cabal el protagonista, a pesar de creer todo lo contrario sobre sí mismo y de todas sus contradicciones (que, por otra parte, todos los seres humanos tienen aunque sólo las admitan los honestos).
Desarrollada fundamentalmente en la forma lineal clásica (aunque no falta el uso de técnicas modernas, como el “flash back”), parte de la infancia de Hajime y su amiga Shimamoto para recorrer luego su adolescencia y juventud, sus varias relaciones amorosas y culminar en su primera madurez de forma serenamente misteriosa, sin final explosivo ni apoteósico pero que deja plenamente satisfecho al lector y que, si se tratara de la representación de una obra teatral, le arrancaría una entusiasta ovación.
Una historia que, en manos torpes o mercenarias, hubiera dado lugar a una novela empalagosa, cursi o pornográfica. Y con la que Murakami ha construido una obra magnífica. Y es que el resultado de una escultura no depende del barro o del mármol ni del tema sino de las manos que la modelan.



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