Este blog, dedicado al comentario y la crítica de libros, quiere ser tanto un pequeño aporte en el desarrollo de la afición a la lectura como una especie de foro en el que las visitas intercambien opiniones entre sí y con el blogger acerca de las obras expuestas.

miércoles, 12 de octubre de 2016

El mar, de John Banville


El mar
Trad: Damián Alou
Editorial Anagrama
Barcelona, 2014

Bajo un punto de vista meramente estilístico o, por decirlo de otra forma, como objeto textual, este libro es magnífico. Desde la primera frase, “Se marcharon, los dioses, el día de la extraña marea”, se suceden párrafos y páginas enteras verdaderamente memorables. Banville es, sin duda, un maravilloso creador de atmósferas, aspecto de literatura que siempre me ha parecido fundamental, posiblemente el que más valoro. Tal vez porque considero que la vertiente poética de cualquier obra literaria constituye un elemento indiscutible a la hora de su evaluación. Lo que no implica que lo poético vaya necesariamente asociado a lo heteróclito. En lo que a poeticidad, o literariedad, se refiere, fui siempre seguidor de los formalistas rusos y, al día de hoy, no he modificado mi opinión en ese asunto.
Es, pues, “El mar”, de este autor irlandés, evocador, sugerente, gozoso en sí mismo como pieza musical, al margen de su efectividad narrativa, de lo que se cuenta. Y es que lo que se cuenta, sin hacerse acreedor a un suspenso y a la luz de las expectativas que despierta en el lector la brillante sinfonía verbal, deja mucho que desear. Se diría que, tras la estupenda puesta en escena, esperamos unos acontecimientos que, tanto en su anécdota como en su fondo, nos sorprendan e iluminen. Y no. No sucede eso. El narrador-protagonista, tras un doloroso acontecimiento que destroza su vida, se va al pueblo costero en el que veraneaba en su niñez. Allí, instalado en un hotelito, rememora aquellos estíos: lo que, como queda dicho, Banville resuelve con maestría. Ocurrir, no ocurre nada especialmente reseñable. Unos pintorescos amigos y su final, más onírico que dramático, o la pequeña sorpresa última (insperada, sí, pero carente de fuerza como explosión de cohete húmedo en el contexto de tan estupendo cedazo textual) justifican a duras penas el relato como tal. Posiblemente no sea tarea fácil cubrir en una misma obra poeticidad y eficacia narrativa. O bien es raro el autor que domina ambas cosas a un tiempo. Pero haberlos los hay. Un ejemplo (y no el único) es Alessandro Baricco.
Dicho esto sólo resta afirmar que la lectura de esta novela merece la pena, aunque sólo sea por el disfrute de la exquisitez de su prosa.

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