El mar
Trad: Damián Alou
Editorial Anagrama
Barcelona, 2014
Bajo un punto de vista meramente
estilístico o, por decirlo de otra forma, como objeto textual, este libro es
magnífico. Desde la primera frase, “Se marcharon, los dioses, el día de la
extraña marea”, se suceden párrafos y páginas enteras verdaderamente
memorables. Banville es, sin duda, un maravilloso creador de atmósferas,
aspecto de literatura que siempre me ha parecido fundamental, posiblemente el
que más valoro. Tal vez porque considero que la vertiente poética de cualquier
obra literaria constituye un elemento indiscutible a la hora de su evaluación.
Lo que no implica que lo poético vaya necesariamente asociado a lo heteróclito.
En lo que a poeticidad, o literariedad, se refiere, fui siempre seguidor de los
formalistas rusos y, al día de hoy, no he modificado mi opinión en ese asunto.
Es, pues, “El mar”, de este autor
irlandés, evocador, sugerente, gozoso en sí mismo como pieza musical, al margen
de su efectividad narrativa, de lo que se cuenta. Y es que lo que se cuenta,
sin hacerse acreedor a un suspenso y a la luz de las expectativas que despierta
en el lector la brillante sinfonía verbal, deja mucho que desear. Se diría que,
tras la estupenda puesta en escena, esperamos unos acontecimientos que, tanto
en su anécdota como en su fondo, nos sorprendan e iluminen. Y no. No sucede eso.
El narrador-protagonista, tras un doloroso acontecimiento que destroza su vida,
se va al pueblo costero en el que veraneaba en su niñez. Allí, instalado en un
hotelito, rememora aquellos estíos: lo que, como queda dicho, Banville resuelve
con maestría. Ocurrir, no ocurre nada especialmente reseñable. Unos pintorescos
amigos y su final, más onírico que dramático, o la pequeña sorpresa última (insperada,
sí, pero carente de fuerza como explosión de cohete húmedo en el contexto de
tan estupendo cedazo textual) justifican a duras penas el relato como tal.
Posiblemente no sea tarea fácil cubrir en una misma obra poeticidad y eficacia
narrativa. O bien es raro el autor que domina ambas cosas a un tiempo. Pero
haberlos los hay. Un ejemplo (y no el único) es Alessandro Baricco.
Dicho esto sólo resta afirmar que
la lectura de esta novela merece la pena, aunque sólo sea por el disfrute de la
exquisitez de su prosa.